#LeerEntreLíneas: EDUCAR PARA PROGRESAR

Por Francisco Ruiz*
Martes 8 de abril de 2025. Educar no es lo mismo que formar. Parecería
algo fácil de comprender, sin embargo, desafortunadamente no lo es. Cómo
decían mis maestros en la primaria: “para estos casos, lo mejor es el
´tumbaburros´ (es decir, el diccionario)”.
Así, tenemos que la palabra “educar” se concibe como: “Dirigir,
encaminar, doctrinar”; también como: “Desarrollar o perfeccionar las
facultades intelectuales y morales del niño o del joven por medio de
preceptos, ejercicios, ejemplos, etc.”, y se utiliza para: “Enseñar los
buenos usos de urbanidad y cortesía”. Educación es: “Crianza, enseñanza
y doctrina que se da a los niños y a los jóvenes”.
Para tener una comparación precisa, tenemos que “Formar” es: “Preparar
intelectual, moral o profesionalmente a una persona o a un grupo de
personas”. El término “instruir”, también nos sirve para contrastar
ambos conceptos y se interpreta como la capacidad de: “Comunicar
sistemáticamente ideas, conocimientos o doctrinas”. “Enseñar” es:
“Instruir, doctrinar, amaestrar con reglas o preceptos”; mientras,
“Ilustrar”, significa: “Dar luz al entendimiento”.
Con estos antecedentes queda en claro que educar no es un sinónimo
exacto de formar o instruir, porque la educación se recibe desde los
primeros pasos, durante el desarrollo primario de los menores; en casa,
por y con su familia.
Aunque para las generaciones que convergemos actualmente sólo ha
existido la Secretaría de Educación Pública (SEP), ésta tuvo tres
antecedentes directos: el Ministerio de Justicia, Negocios Eclesiásticos
e Instrucción Pública en 1821, la Secretaría de Justicia e Instrucción
Pública en 1867, y Secretaría de Instrucción Pública y Bellas Artes en
1905. Ya en ésta última etapa se vislumbraba una ruta mucho más definida
de los alcances que tendrían las políticas públicas que se aplicarían
durante el siglo XX, por medio de la SEP cuyo primer titular fue José
Vasconcelos.
Sin embargo, y muy a pesar de quienes sienten una animadversión
injustificada hacia el Porfiriato, la Secretaría cuya creación fue
impulsada por Justo Sierra, aquél célebre que dijera que: “México es un
pueblo con hambre y sed. El hambre y la sed que tiene no es de pan;
México tiene hambre y sed de justicia”, fue, desde mi óptica, la más
cercana a las necesidades del pueblo nacional dado que no absorbió
totalmente la responsabilidad de heredar mejores generaciones, sino que
se encargó de instruirlos desde la perspectiva de la profesión, más no
de la civilidad, ni del humanismo. No sustituyó la obligación de los
padres para educar a sus hijos, sino que la complementó en un ámbito, en
muchas ocasiones, desconocido por los progenitores.
Basta recordar que, durante el siglo XX, nuestro país enfrentó el enorme
reto de la alfabetización y, posteriormente, la incorporación de los
niños y adolescentes a los distintos niveles de estudio. En pocas
palabras, pasar de la improvisación al método, fue todo un desafío.
Afortunadamente, en tiempos recientes las oportunidades de cursar
estudios medio superior y superior han incrementado considerablemente.
Sin embargo, el progreso no sólo se basa en el conocimiento técnico,
sino en la formación integral de la persona.
“Los valores se aprenden en casa”, escuché muchas veces decir a mis
abuelos. Es cierto. La educación se mama, se aprende con el ejemplo, se
imita. Por ello, retomar el principio fundamental de la educación en
nuestros hogares es la piedra angular para la reconstrucción de
cualquier sociedad. Son los cimientos de la vida colectiva que
proyectamos a futuro. Enajenarnos de nuestro derecho y deber de educar
mejores seres humanos nos privará de mejores ciudadanos y, por tanto,
una mejor sociedad, un mejor México. Soy un convencido: educar es
progresar, y para eso no hay edad.
Post scriptum: “Los mexicanos aprendemos del fracaso”, María Félix (La
doña).
*El autor es escritor, catedrático, doctor en Derecho Electoral y
asociado del Instituto Nacional de Administración Pública (INAP).