#LeerEntreLíneas: ORGULLOSAMENTE, ¡SOY MAESTRO!

Por Francisco Ruiz*
Martes 27 de mayo de 2025. He escrito durante más de 28 años. Comencé a
los ocho y nunca dejé de hacerlo. Al inicio, como todo, tuve muchos
tropiezos y cometí demasiadas pifias. No obstante, solo llevo la mitad
publicando. Después de tantos abriles, ideas, y críticas
(particularmente propias), aún resulta complejo escribir. Desde elegir
temas hasta transmitir las ideas lo más genuinamente posible.
El tiempo es el factor que más retos representa. La soledad es otro
componente al cual no todos se adaptan fácilmente. No en vano Carlos
Fuentes decía que: “Escribir es un acto solitario y a veces aterrador”.
Sin embargo, en mi trayectoria hubo un episodio que resultó más
aterrador que la redacción: hablar en público. Fue mi convicción por
cumplir con la palabra empeñada la que doblegó mi pánico escénico. Me
comprometí a dar una charla para excompañeros de la Preparatoria Federal
Lázaro Cárdenas y, con las rodillas temblorosas, manos sudorosas y voz
espasmódica, lo cumplí. Fue la “cuelga” (regalo) de mayoría de edad que
me dio una de mis mentoras, quien, dicho sea de paso, me presentó a don
Arturo Geraldo, que generosamente compartió su micrófono conmigo en su
emblemático programa de radio.
De ahí, se impuso lo que Jim Rohn definiría como “el puente entre metas
y logros”: la disciplina. Forjé el hábito que se transformó en una de
las más altas responsabilidades y grandes privilegios que he tenido en
mi vida: ser maestro.
Tras finalizar mis estudios universitarios toqué puertas y la
Universidad Tecnológica de Tijuana (UTT), me brindó la confianza de
impartir cátedra por primera vez. Aquella oportunidad se vio
interrumpida por una invitación para trabajar en el extranjero que no
pude rechazar y que justamente un 15 de mayo me obligó a mudarme. Fue
verdaderamente frustrante no conmemorar mi primer Día del Maestro, aun
así, la vida se redimiría conmigo y cuatro años después volvería a mi
terruño a seguir aprendiendo de mis estudiantes.
El Día del Maestro se conmemora desde 1918, un año después de la
promulgación de la Constitución que actualmente nos rige y que contempla
el derecho a la educación en su tercer artículo. La ocasión fue
propuesta por los diputados Benito Ramírez y Enrique Viesca como un
homenaje a quienes desempeñan un papel fundamental en la formación
académica de cientos de generaciones, hecho que se vio cristalizado el 3
de diciembre de 1917 mediante el decreto firmado por el entonces
presidente Venustiano Carranza.
Años más tarde, durante el mandato de Emilio Portes Gil, jóvenes
estudiantes luchaban por el reconocimiento de la autonomía de la Máxima
Casa de Estudios de nuestro país. Así, el 23 de mayo de 1929 fue un día
decisivo para el desarrollo educativo de México. Con el esfuerzo y
solidaridad de los estudiantes de aquel momento se gestó la transición
del modelo que hasta entonces prevalecía a uno revolucionario. Un
parteaguas que redefinió a la comunidad estudiantil, pasando de
receptores de conocimiento a agentes de cambio, transformadores de la
nación.
La dupla maestro-estudiante pareciera, a simple vista, natural, lógica,
incluso obligada; sin embargo, se trata de una fórmula que trasciende de
manera notable gracias a las aportaciones del primero al segundo. Lo
paradójico es que definir qué lugar ocupa cada uno sería tan complejo
como precisar si fue primero el huevo o la gallina. La transformación
del país y del mundo se sintetiza en una sola palabra: educación. Un
término profundo que integra desde su origen, pues implica la
participación de los ejes fundamentales de toda sociedad: el individuo,
la familia y la sociedad. Por eso: orgullosamente, ¡soy maestro!
Post scriptum: “La disciplina es el nombre cotidiano de la creación”,
Alfonso Reyes.
*El autor es escritor, catedrático, doctor en Derecho Electoral y
asociado del Instituto Nacional de Administración Pública (INAP).

