MARTÍN LAZO CUEVAS: Los Gatos, California, sede mundial de Netflix

Columna editorial binacional bilingüe
Por Martín Lazo Cuevas
Editor en jefe de Voz de Aztlán: Raíces y Renacimiento
Consejo Mayor de Comunidades Mexicanas
En lo profundo del Silicon Valley, donde las montañas de Santa Cruz se
asoman con su silueta siempre verde, existe un rincón tranquilo,
elegante y aparentemente modesto llamado Los Gatos, California. Pocas
personas, incluso en Estados Unidos, saben que este lugar es la sede
mundial de Netflix, una de las plataformas de entretenimiento más
influyentes del planeta. Y menos aún se preguntan: ¿de dónde viene la
señal que reciben cada noche en sus pantallas? ¿Dónde se piensa, se
diseña, se decide lo que el mundo entero verá?
Netflix, la megacompañía de series, películas y documentales que ha
transformado la industria del entretenimiento global, tiene sus oficinas
centrales en este pueblo pintoresco que alguna vez fue un asentamiento
indígena Ohlone, un rancho mexicano, y más tarde una ciudad agrícola
alimentada por trenes y manzanas. Los Gatos —nombre que viene de los
linces salvajes que merodeaban la zona— es hoy un punto clave del mapa
mundial de la cultura y la comunicación digital.
Pero, ¿qué significa eso? ¿Qué implica que los algoritmos que deciden
qué historia verás esta noche, o qué documental conocerán tus hijos,
nazcan en un rincón de California rodeado de árboles, venados, ciclismo
de montaña y senderos históricos?
Significa que el poder ya no está solo en las grandes capitales.
Significa que la creación de narrativas universales puede emerger de un
entorno aparentemente pequeño, pero conectado con los ejes financieros y
tecnológicos del mundo. Los Gatos no es solo un pueblo californiano con
casas bellas y clima ideal. Es un nodo global.
Desde las colinas donde los Ohlone pescaban y recolectaban bellotas,
hasta las oficinas inteligentes con paneles solares donde ejecutivos
deciden el futuro de películas en Corea, México o India, existe una
línea de continuidad que deberíamos observar con atención. Y con
conciencia. Porque cada señal de Netflix que llega a un hogar, viene
también con una carga simbólica, ideológica y cultural.
¿Quién cuenta las historias? ¿Qué historias se cuentan? ¿Qué lenguas se
oyen y cuáles se silencian? ¿Qué visión del mundo se expande desde Los
Gatos hacia millones de pantallas? Son preguntas legítimas y necesarias
para una ciudadanía global consciente.
Es irónico —o tal vez poético— que en el mismo lugar donde el pueblo de
Alma fue tragado por las aguas del embalse Lexington en los años 50 para
abastecer a una región sedienta de desarrollo, ahora se produzcan
contenidos que inundan las mentes de millones con imágenes, emociones e
ideas. De las aguas que borraron un pueblo, al flujo de datos que
alimenta la era del streaming, Los Gatos ha sido testigo de cómo la
historia, la memoria y el poder se entretejen.
Por eso, la próxima vez que alguien abra Netflix, en cualquier parte del
mundo —desde un barrio de la Ciudad de México hasta una aldea en
Marruecos—, que se detenga un instante. Que piense en Los Gatos. Que se
pregunte: ¿dónde nace esta señal que me hace reír, llorar o pensar? Y
¿qué papel juego yo en esta cadena global de consumo, cultura y poder?