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MARTÍN LAZO CUEVAS: México y Estados Unidos: Casados, Amarrados… y con la Casa Compartida



Por Martín Lazo Cuevas
Columna Editorial – Periódico Binacional

México y Estados Unidos comparten más que una frontera. Comparten historia, heridas, luchas y un futuro inevitablemente entrelazado. Es una relación compleja, apasionada, contradictoria… como un matrimonio forzado que, con el paso del tiempo, se convierte en una convivencia permanente. Casados, amarrados, y —aunque a muchos les incomode— también unidos por la sangre, el trabajo y el territorio.

La historia de esta relación se remonta al siglo XIX, cuando la guerra entre ambas naciones culminó en el Tratado de Guadalupe Hidalgo. Aquel acuerdo, firmado en 1848, no solo significó la pérdida de más de la mitad del territorio mexicano; también dio origen a una población que se volvió extranjera en su propia tierra. Fue entonces cuando millones de mexicanos quedaron del “otro lado”, no porque cruzaron una frontera… sino porque la frontera los cruzó a ellos.

Desde entonces, los estados de California, Texas, Nuevo México, Arizona, Nevada, Utah y parte de Colorado dejaron de pertenecer políticamente a México. Pero en esencia —en cultura, en memoria, en lenguaje y en costumbres— esos territorios nunca dejaron de ser parte de nuestra gran casa. Porque la casa mexicana, aunque le dibujaron nuevas fronteras, sigue viva en cada palmo de tierra donde se escuchen las risas de niños que hablan español, donde se celebre el Día de Muertos, donde el maíz hierva en las ollas y el nopal crezca libre entre el asfalto.

La casa mexicana es más grande de lo que muchos creen. Está presente en millones de hogares en Los Ángeles, Houston, Phoenix, Denver, San Antonio o Chicago. Cada una de esas ciudades tiene un pedazo de México, no solo por los migrantes que han llegado con sueños y manos trabajadoras, sino porque llevan siglos con nosotros. No hablamos de nostalgia. Hablamos de presencia. De historia viva. De identidad persistente.

Pero esta historia compartida no solo se cuenta con mapas. Hoy, en pleno siglo XXI, la economía global ha cambiado las reglas del juego. La llamada “nueva guerra comercial” entre potencias como China y Estados Unidos ha traído consigo una reorganización de las cadenas de suministro. Y en ese reacomodo, México no solo ha sobrevivido: ha comenzado a destacar.

El fenómeno del nearshoring ha colocado a nuestro país como una plataforma industrial clave para América del Norte. Las inversiones extranjeras llegan con fuerza, las fábricas se instalan en el norte y el Bajío, y México se convierte en socio estratégico para el desarrollo económico regional. Hoy, más que nunca, el destino de Estados Unidos y México está entrelazado no solo por la historia y la geografía, sino por la economía del futuro.

Pero para que este vínculo funcione, no basta con necesidad. Hace falta respeto mutuo, visión compartida y dignidad. México no puede seguir viéndose como el socio menor que espera instrucciones. Y Estados Unidos debe entender que su vecino del sur no es un problema que contener, sino un aliado fundamental para su estabilidad y prosperidad.

Estamos casados, sí. Amarrados por la historia, las familias, el comercio, la cultura, la frontera y el futuro. Pero también tenemos una gran oportunidad: construir una relación binacional basada en justicia, igualdad y cooperación real.

Es momento de dejar atrás las narrativas de superioridad y sumisión. Es tiempo de reconocer que la mexicanidad no tiene muros. Que nuestras raíces cruzan fronteras. Que la mitad del mapa puede haber cambiado de bandera, pero no de alma.

Porque, al final del día, esta gran casa llamada México sigue creciendo. Y una parte importante de ella vive, respira, trabaja y sueña del otro lado de la frontera.