MARTÍN LAZO CUEVAS: San Isidro Labrador: esperanza que germina en la tierra

Un homenaje a quienes siembran vida con las manos, con el alma, con
el corazón.
Por Martín Lazo Cuevas
Hoy el sol acaricia los surcos y el viento murmura plegarias entre
espigas, porque es el día de San Isidro Labrador, el campesino santo que
supo transformar su fe en cosecha, su oración en lluvia, su paso en
semilla.
No era rey ni general. Era un hombre del pueblo, de manos curtidas, que
sabía que la tierra no se somete: se escucha, se cuida, se ama.
Por eso su figura sigue viva en cada agricultor que madruga con la luna,
en cada mujer del campo que trenza el maíz como se trenza la esperanza.
Hoy rendimos tributo a quienes, con el sudor del rostro y la fuerza del
alma, alimentan a un mundo que pocas veces los ve.
A ellos, los invisibles de la ciudad pero imprescindibles del hogar.
A ellas, las guardianas de la semilla, las que saben cuándo sembrar y
cuándo esperar.
Felicidades a las y los trabajadores del campo.
Ustedes son el corazón que late bajo la tierra.
Sin su entrega no habría pan en la mesa, ni fruto en los mercados, ni
vida en los pueblos.
La tierra los conoce por su nombre y los bendice con cada brote.
Que San Isidro les acompañe, les proteja y les recompense con lluvias
justas, suelos fértiles y manos solidarias.
Y que nosotros, los que comemos de su trabajo, aprendamos a agradecer, a
honrar y a cuidarles como lo merecen.
Poema para el campesino y la tierra
Bajo el cielo limpio y claro
canta el campo su oración,
San Isidro va a su lado
y la azada es bendición.
Tierra humilde, pecho abierto,
donde el grano ha de nacer,
cada surco es un desierto
que florece por la fe.
Manos rudas, sol ardiente,
pies descalzos, paso fiel,
y en el alma, dulcemente,
una alondra y un laurel.
No hay riqueza más honrada
que el sudor del labrador,
ni cosecha más sagrada
que la que siembra el amor.
Va la lluvia por los cerros
como llanto celestial,
y los frutos son destierros
de una lucha ancestral.
Campesina es la semilla
que al dolor sabe vencer,
y en silencio maravilla
con su arte de crecer.
San Isidro, caminante,
intercede sin cesar,
que la tierra, fértil, cante
y no falte el pan, jamás.