Ernesto Sosa
Rocha
Mi añorable
colonia Industrial
Jugábamos casi todos los días en un terreno
baldío, que le decíamos ¨El Campito¨, que se
ubicaba por el callejón Mineros y calle ¨H¨,
enfrente exactamente de la tienda de abarrotes
Siglo XX, de la familia Liera Rivera.
Ahí nos
reuníamos toda la chamacada, desde ¨El Johnny¨
Caballero Monge, Luis Jesús Sosa Rocha, Víctor
Eugenio Sosa González, Martín ¨El Burbujas¨
Camacho Barron, Joel ¨El Pollo¨ Pliego Ortiz,
Arturo ¨Tury Mocos¨ Vizcarra Acosta, Fernando
¨El Borrego¨ Padilla Moreno y su hermano Rubén,
Jesús ¨El Grillo¨ Montejano Elenes, Leonardo ¨El
Bebo¨ Frem Soto, Enrique ¨El Kiki¨ Camacho
Barron, Juan Manuel ¨El Calaca¨ Sosa González y
su servidor, Ernesto Sosa Rocha, que algunas
veces se unían a jugar niños de otras colonias.
Éramos cómo "Los pequeños gigantes" la película
infantil de beisbol, muy gustada y clásica.
Casi por lo
general jugábamos béisbol, principalmente, en
otras ocasiones futbol, trompo, canicas,
chángalalay, volábamos los papalotes y otros
pasatiempos propios de la temporada.
Al lado del
¨Campito¨, por el callejón Mineros, se
encontraban unos departamentos rosas, con unos
lavaderos de concreto pegados al ¨Campito¨,
porque no existía cerco entre estos. Un
guamúchil viejo, donde los jóvenes ya mayores de
edad, se echaban sus cervezas del águila negra.
Y mas cargado,
rumbo a la calle ¨H¨ del ¨Campito¨, estaba un
puesto de madera rustico, donde nos atendía Don
Hippie y sus dos hijos, sólo vendían raspados,
pero eso si, de todos los sabores que exhibían
en botellas y tapadas con corchos.
Cuando salía
de la escuela, llegaba a mi casa rápidamente a
comer y hacer la tarea, para desplazarme
inmediatamente al ‘Campito¨ o a la casita del
árbol que teníamos arriba de un viejo eucalipto,
que estaba en la parte trasera de mi casa.
Ese era el
punto de reunión obligado antes de fabricar una
travesura. Ahí se planeaba la bitácora del día.
En ese mismo árbol nos tocó la mala suerte, de
sentir el temblor del 15 de octubre de 1979,
arriba de este perenne tronco, nomás nos
zangoloteaba a mi y a mi primo Víctor y al
Johnny, donde tuvimos que tirarnos al piso y
correr despavoridos sin rumbo fijo, mientras mi
hermano Luis que estaba recién operado de la
apéndice, corría asustado en pijamas alrededor
del árbol, porque nosotros pensábamos que se
estaba moviendo bruscamente, una perra pastor
alemán que teníamos de nombre ¨Loba¨, que tenia
su casita alojada debajo del árbol donde
permanecíamos trepados.
Hasta que nos
dimos cuenta, después unos segundos que se
trataba de un intenso sismo que nos estaba
meneando. Recuerdo claramente que en la tierra
del jardín de mi casa, puse la fecha 15 de
octubre de 1979, con una rama seca del
eucalipto, como un fiel antecedente a esa grata
memoria.
Ya cuando decidíamos jugar béisbol en el
¨Campito¨, por decisión mayoritaria,
alborotábamos a los niños de nuestra edad de
alrededor, para formar nuestros equipos. Sábados
y domingos y vacaciones escolares eran de ley
los juegos y entre semana, eran más alternativos
los partidos, por nuestras ocupaciones.
Lo chistoso de
este relato, es de que mientras no se presentara
un home run, no había ningún problema, el juego
continuaba. Porque enfrente del ¨Campito¨,
estaba edificada una vieja casita de material,
donde vivía un Sr. de avanzada edad, medio
gruñón, que por lo general portaba un sombrero
de palma.
Arturo ¨El
Tury¨ Vizcarra y su servidor, éramos los que
metíamos los home runs mas seguido. Los hermanos
Padilla eran beisbolistas natos, porque bateaban
y cachaban muy bien. Una vez que sacábamos el
batazo y escuchábamos el estruendo del vidrio
quebrado, la primera reacción que efectuábamos,
era el de mirarnos entre nosotros, agarrar los
bats y los guantes y a correr…
Corríamos cada
quien para su casa, o a veces nos íbamos a
esconder atrás de la casa de Johnny. Cada home
run, ya sabíamos que era una pelota de béisbol
menos en nuestro itinerario.
Casi siempre
le echaban la culpa a mi primo Víctor o a mi
hermano Luis, que ya era rutina que los
atraparan al correr tardíamente. Al último
terminaban revelando donde vivía cada uno de
nosotros y quienes estaban jugando, y no había
otra, más que cooperar todos por igual y pagar
el cristal quebrado.
Así
continuamos durante algún tiempo jugando varios
partidos, nomás se nos quedaban mirando la
señora y él señor de sombrero, cada vez que
arribábamos al ¨Campito¨, al ir formando los
equipos y al estar instalando las bases, que no
eran más que cartones aplastados o piedras
planas. Ellos solamente nos espiaban
misteriosamente, como augurando la compra de un
nuevo cristal.
Lo más irónico
de esta historia, es de que la persona de
sombrero que constantemente nos correteaba y nos
quitaba las pelotas de béisbol que llegaban
rodando hasta su casa o simplemente después del
cristalazo roto, era ni mas ni menos que
Indalecio Martínez, aquel que en sus mejores
épocas decía: ¨Indalecio Martínez paga la
música¨, un prominente gallero y apostador,
amante de los caballos finos, del cual uno de
estos, acabó con su vida.
Fotografía
donde aparezco con mis primos, mi hermano Luis
Jesús Sosa Rocha (el tercero de izquierda a
derecha) y mi amigo Juan "Johnny" Ranulfo
Caballero Monge (el quinto de izquierda a
derecha), el niño Ernesto Sosa Rocha, el segundo
de izquierda a derecha.
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