17 de agosto de 2022

 

El famoso "Campito¨
El eterno problema de los home runs

Ernesto Sosa Rocha

Mi añorable colonia Industrial

Jugábamos casi todos los días en un terreno baldío, que le decíamos ¨El Campito¨, que se ubicaba por el callejón Mineros y calle ¨H¨, enfrente exactamente de la tienda de abarrotes Siglo XX, de la familia Liera Rivera.

Ahí nos reuníamos toda la chamacada, desde ¨El Johnny¨ Caballero Monge, Luis Jesús Sosa Rocha, Víctor Eugenio Sosa González, Martín ¨El Burbujas¨ Camacho Barron, Joel ¨El Pollo¨ Pliego Ortiz, Arturo ¨Tury Mocos¨ Vizcarra Acosta, Fernando ¨El Borrego¨ Padilla Moreno y su hermano Rubén, Jesús ¨El Grillo¨ Montejano Elenes, Leonardo ¨El Bebo¨ Frem Soto, Enrique ¨El Kiki¨ Camacho Barron, Juan Manuel ¨El Calaca¨ Sosa González y su servidor, Ernesto Sosa Rocha, que algunas veces se unían a jugar niños de otras colonias. Éramos cómo "Los pequeños gigantes" la película infantil de beisbol, muy gustada y clásica.

Casi por lo general jugábamos béisbol, principalmente, en otras ocasiones futbol, trompo, canicas, chángalalay, volábamos los papalotes y otros pasatiempos propios de la temporada.

Al lado del ¨Campito¨, por el callejón Mineros, se encontraban unos departamentos rosas, con unos lavaderos de concreto pegados al ¨Campito¨, porque no existía cerco entre estos. Un guamúchil viejo, donde los jóvenes ya mayores de edad, se echaban sus cervezas del águila negra.

Y mas cargado, rumbo a la calle ¨H¨ del ¨Campito¨, estaba un puesto de madera rustico, donde nos atendía Don Hippie y sus dos hijos, sólo vendían raspados, pero eso si, de todos los sabores que exhibían en botellas y tapadas con corchos.

Cuando salía de la escuela, llegaba a mi casa rápidamente a comer y hacer la tarea, para desplazarme inmediatamente al ‘Campito¨ o a la casita del árbol que teníamos arriba de un viejo eucalipto, que estaba en la parte trasera de mi casa.

Ese era el punto de reunión obligado antes de fabricar una travesura. Ahí se planeaba la bitácora del día. En ese mismo árbol nos tocó la mala suerte, de sentir el temblor del 15 de octubre de 1979, arriba de este perenne tronco, nomás nos zangoloteaba a mi y a mi primo Víctor y al Johnny, donde tuvimos que tirarnos al piso y correr despavoridos sin rumbo fijo, mientras mi hermano Luis que estaba recién operado de la apéndice, corría asustado en pijamas alrededor del árbol, porque nosotros pensábamos que se estaba moviendo bruscamente, una perra pastor alemán que teníamos de nombre ¨Loba¨, que tenia su casita alojada debajo del árbol donde permanecíamos trepados.

Hasta que nos dimos cuenta, después unos segundos que se trataba de un intenso sismo que nos estaba meneando. Recuerdo claramente que en la tierra del jardín de mi casa, puse la fecha 15 de octubre de 1979, con una rama seca del eucalipto, como un fiel antecedente a esa grata memoria.
Ya cuando decidíamos jugar béisbol en el ¨Campito¨, por decisión mayoritaria, alborotábamos a los niños de nuestra edad de alrededor, para formar nuestros equipos. Sábados y domingos y vacaciones escolares eran de ley los juegos y entre semana, eran más alternativos los partidos, por nuestras ocupaciones.

Lo chistoso de este relato, es de que mientras no se presentara un home run, no había ningún problema, el juego continuaba. Porque enfrente del ¨Campito¨, estaba edificada una vieja casita de material, donde vivía un Sr. de avanzada edad, medio gruñón, que por lo general portaba un sombrero de palma.

Arturo ¨El Tury¨ Vizcarra y su servidor, éramos los que metíamos los home runs mas seguido. Los hermanos Padilla eran beisbolistas natos, porque bateaban y cachaban muy bien. Una vez que sacábamos el batazo y escuchábamos el estruendo del vidrio quebrado, la primera reacción que efectuábamos, era el de mirarnos entre nosotros, agarrar los bats y los guantes y a correr…

Corríamos cada quien para su casa, o a veces nos íbamos a esconder atrás de la casa de Johnny. Cada home run, ya sabíamos que era una pelota de béisbol menos en nuestro itinerario.

Casi siempre le echaban la culpa a mi primo Víctor o a mi hermano Luis, que ya era rutina que los atraparan al correr tardíamente. Al último terminaban revelando donde vivía cada uno de nosotros y quienes estaban jugando, y no había otra, más que cooperar todos por igual y pagar el cristal quebrado.

Así continuamos durante algún tiempo jugando varios partidos, nomás se nos quedaban mirando la señora y él señor de sombrero, cada vez que arribábamos al ¨Campito¨, al ir formando los equipos y al estar instalando las bases, que no eran más que cartones aplastados o piedras planas. Ellos solamente nos espiaban misteriosamente, como augurando la compra de un nuevo cristal.

Lo más irónico de esta historia, es de que la persona de sombrero que constantemente nos correteaba y nos quitaba las pelotas de béisbol que llegaban rodando hasta su casa o simplemente después del cristalazo roto, era ni mas ni menos que Indalecio Martínez, aquel que en sus mejores épocas decía: ¨Indalecio Martínez paga la música¨, un prominente gallero y apostador, amante de los caballos finos, del cual uno de estos, acabó con su vida.

Fotografía donde aparezco con mis primos, mi hermano Luis Jesús Sosa Rocha (el tercero de izquierda a derecha) y mi amigo Juan "Johnny" Ranulfo Caballero Monge (el quinto de izquierda a derecha), el niño Ernesto Sosa Rocha, el segundo de izquierda a derecha.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Contacto: reportemexico5.8@gmail.com y contacto@reportemexico.com Teléfono y WhatsApp 551 691 9601

 

 Licencia de Creative Commons
Este obra está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento 4.0 Internacional.