Ernesto Sosa
Rocha
En 1956, mi
papá Alfonso Sosa Zapata, entra a trabajar a
C.F.E., por la fiel amistad que guardaba con Don
Juan Carboni, por cuestiones del Partido
Comunista al cual ambos pertenecían.
Cuando nos
cambiamos a la colonia Industrial, él seguía de
empleado en C.F.E. y pertenecía al Sindicato de
Electricistas, (SUTERM), fungiendo como
Secretario del Trabajo dentro del Comité. Lo
admiraba yo desde niño, porque imponía respeto y
una recia personalidad en su carácter, como un
verdadero líder nato que sin necesidad de tanto
grito, manejaba la situación cordialmente.
Muy culto y muy leído, y buen amante de la
música clásica. En la sala de mi casa solía
escuchar un antiguo fonógrafo de cuerda, marca
Edison, que había traído directamente desde la
ciudad de Zacatecas, en uno de esos viajes a su
ciudad natal (San Luis Potosi).
En ese aparato
tocaba sus discos preferidos, que iban desde
huapangos veracruzanos, música clásica,
huastecas y muchos otros más que componían su
colección personal discográfica. Algunos discos
eran tan añejos que solo por un lado tenían
música y el acetato era más grueso que el
normal. El aparato tocaba los discos con una
aguja gruesa que parecía clavo, y para bajarle
al volumen, manejaba una palanquita
mecánicamente que transportaba una bola
aterciopelada de tela comprimida, que venía
montada en un vástago, que al tapar la corneta
interior del fonógrafo se bajaba el volumen, y
al retirarla subía el volumen, era la forma
anticuada y manual con que tocaban estos
aparatos, porque el sonido que emitía era tan
rápido, que no era tan nítido como el de hoy.
Al terminarse
la cuerda, tenías que darle vueltas a la cuerda
hasta que topara. A los lados del mueble tenía
unas puertitas donde se encontraban unos
compartimientos con rejillas, donde guardabas
los discos en forma vertical. En la parte de
abajo de ese mueble, que es donde me escondía
yo, cuando hacia una travesura o sabia que me
iban a zumbar mis padres por alguna falta
cometida o desentender alguna orden.
Un día mi
hermano Luis Jesús Sosa Rocha y yo, estuvimos
insistentemente dándole cuerda hasta que sé
descuerdó, desde ahí no volvió a tocar jamás el
viejo fonógrafo de mi padre. Por lo general,
casi siempre me recordaba esa grave travesura,
porque era su máximo tesoro.
Al salir del
trabajo y llegar a casa, la primera acción que
realizaba, era prender a todo volumen la música
de su viejo fonógrafo, que algunas veces le
tocaba un disco rayado, eso originaba una
repetición constante de un fragmento de la
canción, causándonos unas risotadas a mí y a mi
hermano, por ese detalle.
El solamente
al acomodarse en el viejo sillón, quería
disfrutarla. Cuando eran fines de semana se
sentaba en su pequeña barrita licorera, se
servía un coñac Martell medallón o simplemente
un whisky Jhonny Walker, etiqueta negra o roja,
y se ponía a escuchar su música preferida.
Esa barrita
estaba llena de historia, porque por lo general,
mi padre la utilizaba para las visitas
constantes de sus compañeros de trabajo y del
partido. En la parte trasera de la barrita
estaba colocado un espejo de fondo, con dos
calcomanías pegadas con la swástica nazi y una
calavera y letreros chuscos como el de ¨Solo
borracho o dormido se me olvida lo jodido¨. La
barrita contaba con dos bancos giratorios con
cojines redondeados de color verde seco y una
bocina grande acondicionada en su interior,
cubierta por un póster de colores de un estilo
psicodélico, en donde cómodamente bebían y
escuchaban su música acostumbrada.
Puro aprendiz
de comunista mirabas en la sala de mi casa. Ahí
se ponían a platicar del debacle del socialismo
a nivel mundial, de Heberto Castillo y sus
ideales, de las cartas de agradecimiento que les
enviaba Fidel Castro desde Cuba, apoyando al
partido, ahí se componía el mundo en unas horas.
Ya entrados en
copas, mas tarde se escuchaba una voz
aguardentosa de uno de ellos, convertido en
tenor de primera, como recién salido de la
Escala de Milan, interpretando afinadamente
¨O´sole mío¨, estilo Pavarotti. Eso me llamaba
ampliamente la atención, porque lo interpretaba
de una manera tan intensa y entonada, que me
incitaba a investigar quien estaba ejecutando de
esa forma magistral dicha melodía. Que sorpresa
me llevaba al mirar a Don Emilio Chávez
Luzanilla, que mi padre le decía ¨El Pachas¨,
haciéndolo de una manera profesional, realmente
siempre fueron grandes amigos los dos.
En esa barrita
bebían plácidamente, él Lic. Rafael Martínez
Retes, don Alfonso Posada, Don Gabriel Galván,
Dr. Julio Prado Valdez, mi tío Jesús Sosa Rangel,
inclusive en una ocasión estuvo Renato Leduc y
una infinidad de amigos que desfilaron por ese
mueble repleto de botellas mágicas y copas
hechizas.
Mi madre, una
mujer hiperactiva dedicada 100% al hogar y al
buen funcionamiento de sus labores domesticas,
que con tanto esmero y dedicación
infatigablemente las realizaba. Siempre
anteponiendo su amor maternal hacía nosotros,
sus hijos. Mi padre frecuentemente le recalcaba
a ella ¨eres como una autentica madre puma, que
protege a sus cachorros pase lo que pase¨.
Eso sucedía en
la recién estrenada casa de mi rememorable y
eternamente adorable colonia Industrial, donde
aquí nacieron mis dos hermanos más chicos, Luis
Jesús ¨El Sellos¨ y Lídice Maritza. Son tiempos
inolvidables, que nunca se podrán nublar de mi
vida, como huellas indelebles que quedan
plasmadas en mi mente, él sólo ir recordando
algunos pasajes de mi vida por estos lares, me
regocija el alma dulcemente.
Fotografía de
mi padre, Alfonso Sosa Zapata en un barquito en
Ensenada.
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