06 de abril de 2022

 

 

MARTÍNEZ VELOZ: Heberto Castillo y su lucha por la Paz y la Dignidad

 

Por Jaime Martínez Veloz

El ingeniero Heberto Castillo Martínez se integró a la Comisión de Concordia y Pacificación investido con la dignidad de un científico destacado, que dedicó toda su vida a una lucha permanente por el más ambicioso de sus proyectos: la democracia.

Su larga y fecunda trayectoria política ayudó en forma significativa a que esta instancia política, expresión plural del Poder Legislativo, adquiriera rápidamente peso y dimensión mayor en el complejo escenario del problema chiapaneco.

Fue sólo una de las muchas y valiosas contribuciones que el compañero Heberto hizo a una lucha que no se centra sólo en Chiapas y cuyo fin está mucho más lejano que la sola solución del conflicto en esa entidad.

Es una lucha nacional que trasciende a los grupos y a los partidos, que nace y tiene su escenario en las comunidades, en los ejidos, en las colonias, en el corazón de la mayoría de los mexicanos...

Una lucha que llevarán a la victoria mujeres y hombres libres como lo fue Heberto.
Caracterizaban su acción y su pensamiento la impaciencia, la tenacidad y la generosidad que sólo abunda en las mentes y los corazones jóvenes.

Heberto tenía muchos años de experiencia en ser joven y murió siendo joven.
Hasta el último minuto nos dio una lección de impetuosidad, de ansiedad de hacer, una obstinación por el cambio que quisiéramos ver multiplicada en todos nuestros jóvenes.

Sabía que frente a la voluntad se amplían los límites de lo posible.

En sus últimos meses, junto a otro viejo-joven admirable, Don Luis H. Álvarez, entregó en el inagotable ir y venir de las negociaciones en Chiapas buena parte de la fortaleza física que le falto al momento de defender su propia vida.

El compañero Heberto fue miembro destacado de una generación que se formó y forjó en el espíritu nacionalista y solidario de la primera etapa posrevolucionaria.

Conoció un país imbuido en los principios democráticos, igualitarios y libertarios por los que habían entregado su vida, centenas de miles de mexicanos.

Fue desde esos inicios, como joven integrante del equipo de Lázaro Cárdenas, testigo y actor de una segunda etapa de lucha: convertir en realidad los planes y compromisos que habían hecho soñar a nuestro pueblo con un mañana mejor y frente a los cuales crecía un peor enemigo: la burocracia.

De allí, de esa etapa en que convivió de cerca con actores de todos los niveles en el movimiento revolucionario, seguramente surgieron dos de sus convicciones permanentes: ningún partido o grupo puede adjudicarse la propiedad de la gesta popular, cuyo legado, además, es un mandato permanente y vigente para todo mexicano bien nacido.

De medir la distancia creciente entre los compromisos y los hechos se fueron endureciendo su obstinación e intransigencia en la crítica, conductas que lo llevaron al máximo sitial entre los luchadores definidos por Brecht: los pocos, los mejores, los que luchan toda su vida.
Terco y tozudo, siempre defendió su verdad con pasión. Muchas veces se equivocó, pero muchas más la razón estuvo de su lado.

Fue un animal político apasionado, pero también un hombre intenso, que conocía y disfrutaba la sabia de la vida, amigo generoso y abierto compañero, dispuesto a entender y a negociar, a compartir y a conciliar.

Capaz tanto de exaltarse ante la intransigencia como también de recordar y compartir la última sonrisa de su nieto en el curso de la más seria negociación.

Hablaba con la misma pasión de la patria y de su familia, con un amor entrañable y profundo.
Con esa personalidad marcada por el humanismo y una envidiable experiencia en la práctica política, jugó en el seno de la COCOPA un papel fundamental, pero nunca protagónico.

Su confianza en la razón, la capacidad dada por su estatura política para exigir conciliación y su obstinación en sostener el diálogo fueron factores decisivos en más de una ocasión.

Hoy, el país resiente su ausencia como la resiente toda la realidad política mexicana, en la que fue actor de primer orden por más de medio siglo.

Vano sería volver aquí a los hitos de ese recorrido histórico que todos hemos rememorado desde la partida de Heberto.

Por eso, he querido centrar mis referencias en el aspecto más humano, en el conocimiento intimo que logré gracias a nuestra común lucha por el imperio de la razón en Chiapas, el nos llevó a compartir muchas jornadas en los últimos años.

Pese a la confianza y al plano de igualdad en que dirimimos muchas veces apreciaciones diferentes sobre los acontecimientos que nos ocupaban, nunca pude dejar de verlo como a un maestro.

Sus primeras impresiones me llegaron hace muchos años, cuando mi instinto de joven me llevó a compartir los ideales universales del 68.

Treinta años después seguí recibiendo lecciones, la principal de ella su humanismo.

En la última etapa, la capacidad para encontrar la esencia de la verdad en los planteamientos de una parte para defender esa posición ante la contraria y provocar un obstinado tránsito a la conciliación.

Por ello también compartí su íntima y profunda decepción ante la regresión de un camino larga y pacientemente recorrido hasta los acuerdos de San Andrés.

Con la misma pasión con que en los 70 nos advirtió el inmenso riesgo del sueño de opio petrolero, en sus últimos días tocaba toda puerta posible para quitar obstáculos y desentrañar mentes en su obstinación de regresar la cercanía de la paz.

Hoy, por, sobre todo, su ausencia física es mandato y compromiso.
Gobierno y zapatistas, partidos e instancias, hombres y organizaciones, debemos compartir esa obstinación por la razón.

Frente a un conflicto que es sólo parte de una problemática mayor y más profunda, debemos entender que la salida en Chiapas es la senda hacia el futuro más justo que debemos construir sin odios ni exclusiones.

Lograrlo requiere comprender y asimilar los mejores y mayores valores de Heberto Castillo Martínez:

Su humanismo, su tenacidad, su eterna juventud rebelde...
 

 
 
 

 

 
 
 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 
 
 
 

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