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Fecha de publicación: 03 de junio de 2025

MARTÍN LAZO CUEVAS: MORENA: Crónica de un movimiento que se hizo nación



Por Martín Lazo Cuevas

Hay movimientos que surgen como una llamarada, y otros que se gestan como corrientes subterráneas, silenciosas pero persistentes, hasta que emergen y cambian el paisaje. El Movimiento de Regeneración Nacional, Morena, pertenece a esta última estirpe. No nació con la urgencia de ganar elecciones, sino con el empeño de transformar la vida pública de México desde sus cimientos.

La historia de Morena comienza formalmente el 2 de octubre de 2011, pero su origen real puede trazarse en la trayectoria política y moral de su fundador, Andrés Manuel López Obrador. Proveniente del nacionalismo popular del PRI de los años setenta y después del cardenismo del PRD, López Obrador encarnó una tradición de izquierda social que resistió el avance de las políticas neoliberales. En Morena encontró la forma de reunir los hilos dispersos de una sociedad lastimada y de un pueblo con memoria.

Al principio, Morena fue una asociación civil. Una idea más que una maquinaria. Se construyó en asambleas, plazas, diálogos casa por casa, y fue integrando un mosaico heterogéneo de mexicanos: jóvenes desencantados, obreros organizados, campesinos olvidados, intelectuales críticos, mujeres movilizadas, comunidades indígenas, y migrantes que desde lejos soñaban con un país distinto. No se trataba de refundar la izquierda mexicana: se trataba de tejer una nueva posibilidad.

El 9 de julio de 2014, Morena obtuvo su registro como partido político. Para entonces, ya no era un experimento ni una promesa. Era una estructura nacional con presencia territorial y un ideario claro: regenerar la política desde la ética, la justicia y la honestidad. Su nombre lo decía todo: un movimiento antes que un partido, y una raíz histórica que aludía a la patria, al pueblo, a la Virgen Morena y a los tonos mestizos de una nación plural.

En 2015, Morena se presentó por primera vez a elecciones federales y obtuvo un lugar significativo en la Cámara de Diputados. A diferencia de otros partidos de nuevo ingreso, no llegó como satélite ni como bisagra, sino como fuerza con voz propia. En la Ciudad de México ganó alcaldías clave, y en el resto del país empezó a mostrar un rostro cercano, comunitario, combativo.

Pero fue en 2018 cuando la historia cambió. Morena ganó la presidencia de la República con más de 30 millones de votos. Andrés Manuel López Obrador se convirtió en el primer presidente abiertamente de izquierda electo democráticamente en México. No solo se trató de un cambio de gobierno, sino del inicio de lo que él mismo denominó la Cuarta Transformación del país, un parteaguas político que buscó inscribirse en la misma línea histórica que la Independencia, la Reforma y la Revolución.

Desde entonces, Morena ha crecido a un ritmo acelerado. Ha ganado la mayoría en el Congreso, gobernado estados estratégicos, y formado gobiernos locales en buena parte del país. Más allá de las estadísticas, lo que distingue su expansión es su narrativa: un discurso centrado en el pueblo, en los derechos, en la soberanía, y en la lucha contra la corrupción como mal estructural.

A lo largo de esta última década, Morena ha sido muchas cosas: movimiento, partido, gobierno, mayoría. Pero su identidad se ha mantenido fiel a sus raíces: la regeneración no como promesa de pureza, sino como una práctica continua, como una tarea colectiva e histórica.

Hoy, Morena encabeza el Ejecutivo por segundo sexenio consecutivo, tras la elección de la primera presidenta de la República. Ese hecho, por sí solo, basta para inscribirlo en los anales de la historia política mexicana. Lo que venga después, con sus aciertos y tropiezos, será otra etapa.

Esta columna no busca juzgar, sino comprender. Morena es, antes que nada, el reflejo de una voluntad popular expresada en las urnas y en las calles. Es también el testimonio de que los movimientos sociales, cuando son persistentes y se organizan con horizonte, pueden convertirse en fuerza institucional sin olvidar su origen.

Morena no nació para administrar lo existente, sino para transformarlo. Y en esa vocación se encuentra la clave de su biografía.