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				 10 Abril 2022 
				 
				Las mujeres y los niños son los más afectados por el cambio 
				climático que profundiza las desigualdades y vulnerabilidades 
				que ya enfrentan como la pobreza, la violencia, la falta de 
				oportunidades y los derechos humanos básicos. Sin embargo, las 
				mujeres no son víctimas: son sobrevivientes, creativas y 
				multiplicadoras de soluciones que merecen participar en la toma 
				de decisiones. Dos activistas colombianas nos explican por qué.
				 
				 
				El cambio climático no es neutral en cuanto al género se 
				refiere, y para la activista Fátima Muriel, este hecho es 
				demasiado real para miles de mujeres en su país de origen, 
				Colombia. 
				 
				En 2017, un desastre de grandes proporciones golpeó su ciudad 
				natal Mocoa en el departamento de Putumayo. Justo antes del 
				amanecer del sábado 1 de abril, lluvias inusualmente fuertes 
				provocaron inundaciones repentinas y deslizamientos de tierra 
				que sepultaron varios barrios y sus habitantes a lo largo de las 
				orillas de los ríos Mocoa, Sangoyaco y Mulato. 
				 
				Aunque la región, situada en el extremo sur de los Andes en 
				Colombia, es conocida por sus lluvias frecuentes, ese año Mocoa 
				recibió un tercio de la cantidad de lluvia que cae en un mes en 
				una noche, y quienes pagaron por este cambio en los patrones 
				climáticos fueron principalmente las mujeres y los niños. 
				 
				“El 90% de las víctimas fueron mujeres. Ocurrió un viernes, que 
				es cuando todos los hombres salen a parrandear y las mujeres se 
				quedan en la casa cuidando a la abuela, a los niños y atendiendo 
				a todos. A algunas mujeres las encontramos hasta con dos hijos 
				amarrados en su cuerpo ahí ahogados, eso fue desastroso”, Fátima 
				narra a Noticias ONU. 
				 
				'¡Es por esto por lo que luchamos!' 
				Mocoa estuvo sin electricidad ni ningún tipo de comunicación 
				durante varios días, en algunas zonas, durante semanas. Fátima 
				fue testigo de lo peor de la tragedia antes de viajar a la 
				capital para buscar ayuda. 
				 
				Varias agencias de la ONU y otras organizaciones sin fines de 
				lucro se hicieron presentes después del desastre. 
				 
				“Yo pensé que no íbamos a salir de esa crisis tan horrible allá. 
				A mí me dolió mucho tener que cavar fosas comunes para enterrar 
				niños de 3 y 4 años, sin contar aquellos que sobrevivieron a la 
				avalancha, pero no pudieron volver a encontrar su casa y se 
				perdieron. ¿Ellos qué culpa tienen de todo esto?” 
				 
				Aunque las autoridades lo han considerado un "desastre natural" 
				potenciado por el cambio climático, expertos académicos y 
				activistas afirman que otros factores, incluida la deforestación 
				en las montañas, podrían haber contribuido a la tragedia que 
				mató a más de 300 personas y afectó a 45.000. 
				 
				“Es por esto que luchamos, no queremos que vuelva a ocurrir. 
				Putumayo está en medio de dos grandes montañas. Al escarbar esas 
				montañas, las petroleras y mineras lo que hacen es 
				desestabilizarlas y eso hace que los ríos se desborden cuando 
				llueve”, denuncia la activista. 
				 
				Fátima Muriel es la presidenta de la red de mujeres Tejedoras de 
				Vida, que comprende 120 organizaciones femeninas en la región 
				que buscan protegerse y apoyarse entre sí. 
				 
				Ellas también reclaman abiertamente su derecho humano a un medio 
				ambiente sano, incluso a costa de poner en riesgo sus vidas. 
				 
				Mujeres sobrevivientes 
				Lamentablemente, el dolor que enfrentaron las mujeres y los 
				niños tras la tragedia en Mocoa es solo la punta del iceberg, ya 
				que los habitantes del Putumayo han tenido que luchar desde hace 
				décadas por su derecho a la vida al estar en el centro del 
				conflicto colombiano. 
				 
				Putumayo fue un bastión de la guerrilla de las FARC, la región 
				sufrió masacres y desapariciones a manos de grupos paramilitares 
				así como violaciones de derechos humanos por parte de algunos 
				miembros de las fuerzas de seguridad, como se documenta en 
				informes realizados a través de los años por la Oficina del Alto 
				Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos en 
				Colombia. 
				 
				Además, el departamento es tierra fértil para la hoja de coca, 
				por lo que su propio suelo fue víctima de una campaña masiva de 
				fumigación aérea lanzada a principios de la década de los 2000 
				como parte de la guerra de los gobiernos contra las drogas. En 
				las zonas rurales, la fumigación es vista como una causa de 
				graves problemas económicos, ambientales y de salud. 
				 
				Según Fátima, las mujeres han pagado el precio más alto por 
				todas estas circunstancias: han sido sometidas a esclavitud 
				sexual, prostitución y trabajo forzado, mientras otras han sido 
				violadas, asesinadas o desaparecidas. 
				 
				Como víctimas y sobrevivientes, las mujeres han tenido que 
				asumir la carga familiar provocada por el desplazamiento o el 
				hambre derivada de las fumigaciones que no solo erradican la 
				hoja de coca, sino que destruyen otros cultivos y contaminan los 
				ríos. 
				 
				Testigo del dolor 
				La propia Fátima ha sido víctima de la guerra. Grupos armados 
				desplazaron a toda su familia luego de apoderarse de sus tierras 
				y secuestrar y atacar a su esposo dejándolo discapacitado. 
				 
				“A dos de mis hermanos también los mataron las FARC y mi cuñado 
				sigue desaparecido. Es por eso por lo que trabajo con otras 
				mujeres que han sufrido lo que yo sufrí”, la activista cuenta a 
				Noticias ONU sin poder contener las lágrimas. 
				 
				Supervisora de educación de profesión, Fátima ha viajado por 
				toda la región y sido testigo de una violación sistemática de 
				derechos humanos, especialmente a mujeres y niños, incluso en 
				las zonas más remotas y aisladas. 
				 
				Ella ha acompañado y apoyado a docentes de comunidades rurales 
				víctimas del conflicto armado, se enfrentó a los exguerrilleros 
				de las FARC para detener el reclutamiento forzado de niños y 
				niñas, acompañó a madres en la búsqueda de sus hijos y esposos 
				desaparecidos por grupos paramilitares, y fue testigo de los 
				asesinatos de maestros y líderes sociales. 
				 
				“En uno de mis viajes al municipio de San Miguel, vereda San 
				Carlos, cinco taxis fueron quemados con sus ocupantes, las 
				puertas de las escuelas tenían marcas de disparos de diferentes 
				tamaños, mientras que mujeres asesinadas yacían en el suelo con 
				sus genitales y senos completamente destruidos”, narró durante 
				una entrevista en 2020. 
				 
				Una red de esperanza 
				La red Mujeres Tejedoras de Vida, nacida como respuesta a la 
				crisis humanitaria desatada por la guerra en Putumayo, se 
				encuentra en funcionamiento desde 2005. 
				 
				“Lo más importante en nuestra organización es llenar de 
				esperanza a las mujeres, ellas son las que crían y cuidan a los 
				niños. Donde deja de existir una mujer, se destruye un hogar, 
				por eso nos llamamos tejedoras de vida porque tejemos todos los 
				proyectos, programas, ideas, sueños, y esperanzas. Es como tejer 
				y no permitir que nadie vuelva a romper las fibras como sucedió 
				durante la guerra”, explica la activista. 
				 
				La red se centra en tres prioridades: derechos humanos y 
				consolidación de la paz; políticas públicas; y cultura y el 
				medio ambiente. Ellas llevan a cabo sesiones de capacitación 
				para ayudar a educar a las mujeres sobre sus derechos y 
				brindarles habilidades prácticas. También les ofrecen apoyo 
				psicosocial, recreativo y legal. 
				 
				Hasta ahora han subsistido solicitando subvenciones de 
				organizaciones internacionales, incluidas algunas agencias de la 
				ONU y países europeos que las ayudan a implementar proyectos 
				específicos para apoyar el empoderamiento de las mujeres. 
				 
				“Estaba trabajando con otras organizaciones y docentes, y en un 
				momento contamos 1000 mujeres asesinadas y nos preocupamos mucho 
				por los niños que quedan solos. Ahí nos dimos cuenta de que 
				teníamos que organizarnos y ayudarnos”, dice, y agrega que 
				desearían tener más recursos para ir más allá de su trabajo 
				actual, y poder tener la capacidad de acoger a mujeres y niños 
				desplazados. 
				 
				Fátima hizo parte de un panel de mujeres líderes que abordaron 
				los riesgos de seguridad relacionados con el clima durante la 
				sexagésima sexta sesión de la Comisión sobre la Condición 
				Jurídica y Social de la Mujer (CSW) celebrada en marzo en la 
				sede de la ONU en Nueva York. 
				 
				Luchando por un medio ambiente sano 
				Actualmente, 150 mujeres integrantes de la organización están 
				creando un mapa de todos los ríos de su territorio y las 
				actividades de las industrias mineras y petroleras, así como los 
				proyectos del Estado que están afectando o pueden afectar su 
				calidad de vida. 
				 
				“La mayoría de las mujeres en Putumayo han sido desplazadas por 
				el conflicto. Ellas han encontrado un hogar en las orillas del 
				río porque así no tienen que pagar por el agua. El agua es vida 
				para ellas y sus familias, por eso luchan para que sea limpia y 
				no contaminada por las grandes empresas. Si a esto le sumas las 
				inundaciones provocadas por el cambio climático esto significa 
				que estas mujeres se están viendo hasta tres veces afectadas”, 
				explica. 
				 
				Natalia Daza, quien trabaja para la ONG colombiana DeJusticia 
				como investigadora de justicia ambiental, explica a Noticias ONU 
				que los estudios muestran que cuando los ríos están 
				contaminados, las mujeres son las primeras en darse cuenta. 
				 
				“Esto cambia la productividad de los cultivos, lo que lleva a 
				una mayor inseguridad alimentaria. Los estudios han demostrado 
				que las mujeres tienden a pasar la comida a sus hijos, a sus 
				padres, a sus maridos… y siempre son las últimas en comer”, 
				afirma la experta. 
				 
				La realidad es que, tal como sucede durante las guerras, la 
				carga de los impactos climáticos y ambientales recae 
				predominantemente sobre las mujeres y los niños. 
				 
				La razón es la vulnerabilidad: más del 70% de las personas más 
				pobres del mundo son mujeres. Las mujeres tienen menos acceso a 
				los derechos humanos básicos, como la libertad de circulación o 
				la capacidad de adquirir tierras. Sin embargo, constituyen hasta 
				el 70% de la mano de obra agrícola en algunos países. 
				 
				Esto significa que cuando ocurren desastres o fallan sus 
				cultivos de subsistencia, no tienen los medios para hacer 
				frente. Además, también se enfrentan a una violencia 
				sistemática, que aumenta durante los períodos de inestabilidad. 
				Esto incluye el matrimonio infantil, el tráfico sexual y la 
				violencia doméstica. 
				 
				Una investigación realizada en China por ONU Mujeres, por 
				ejemplo, también mostró que más allá de la falta de acceso a 
				recursos y protección, la mayoría de las mujeres de ese país 
				(hasta el 80 %) no estaban familiarizadas con los planes de 
				emergencia para desastres. Esto las hace más vulnerables a 
				eventos climáticos extremos, como el que azotó a Mocoa. 
				 
				Mientras tanto, el Programa de la ONU para el Medio Ambiente 
				afirma que el 80% de las personas desplazadas por el cambio 
				climático son mujeres, y estas también tienen un mayor riesgo de 
				quedarse sin hogar, así como de ser víctimas de violencia sexual 
				y enfermedades. 
				 
				Según la agencia, existe además un consenso global emergente de 
				que el cambio climático pondrá presión sobre los sistemas 
				económicos, sociales y políticos que sustentan a cada nación. 
				 
				Y es que el cambio climático es un "multiplicador de amenazas" 
				que agrava situaciones ya frágiles y puede contribuir a aumentar 
				las tensiones y el conflicto social. 
				 
				“De hecho, el cambio climático crea condiciones que exacerban el 
				conflicto armado en Colombia. Se ha reportado que ha habido un 
				mayor número de disputas relacionadas con el acceso al recurso 
				hídrico en los últimos años, y se sabe que quienes son 
				mayormente desplazadas por estos conflictos suelen ser mujeres 
				afrodescendientes”, agrega Natalia. 
				 
				Así, el cambio climático es una causa y una consecuencia cuando 
				se habla de conflicto y sus variadas repercusiones, y las 
				mujeres y los niños son los más afectados por ambos problemas. 
				 
				“Cuando las condiciones del suelo se deterioran por el cambio 
				climático, ya sea por cambios en las precipitaciones o aumento 
				de las temperaturas extremas, se traduce en condiciones de 
				vulnerabilidad de las poblaciones. Esto hace que los jóvenes 
				sean más propensos a ser reclutados por grupos armados por la 
				falta de oportunidades y el hambre”, explica Natalia. 
				 
				Los desastres naturales exacerbados por el cambio climático 
				también afectan el futuro de los niños y su educación. 
				 
				“Cuando las niñas dejan la escuela, hay una alta probabilidad de 
				que no regresen. Y esto sucede cuando ocurren desastres y los 
				servicios esenciales como la salud y la educación no se 
				restablecen rápidamente. Las más afectadas siempre son las 
				mujeres”, añade Daza. 
				 
				Circunstancias complejas 
				Pero en Putumayo, los riesgos que enfrentan las mujeres 
				lideresas sociales y defensoras ambientales es aún mayor. 
				 
				“Las mujeres ambientalistas son las que corren mayor riesgo. 
				Están comprometidas con el territorio, un territorio que está en 
				disputa por muchos actores armados, son las más desfavorecidas y 
				están en peligro”, advierte Fátima Muriel. 
				 
				La activista cuenta que algunas mujeres en Tejedoras de Vida han 
				recibido amenazas por exigir su derecho a un medio ambiente 
				sano, y algunas incluso han sido asesinadas. 
				 
				“Hemos tenido que ir a recoger sus cuerpos cuando las matan. 
				Hemos tenido que ver a niños que se quedan solos. Es muy 
				doloroso”. 
				 
				Fátima agrega que, lamentablemente, la guerra ha regresado a su 
				territorio, con varios grupos de disidentes de las FARC y otros 
				actores armados que ahora están obligando a las mujeres a 
				cultivar hoja de coca y venderla al precio que quieran, 
				amenazando sus vidas si se niegan. 
				 
				“Cuando se firmó el acuerdo de paz, nosotras pensamos que la 
				guerra al fin había terminado. Estábamos realizando tantos 
				proyectos para las 3000 mujeres a las que ayudamos, todas 
				víctimas de la violencia. Pero la guerra se ha recrudecido 
				nuevamente, con grupos armados tomando los mismos territorios 
				donde antes estaban las FARC” 
				 
				Según el último informe de la Oficina del Alto Comisionado de 
				las Naciones Unidas para los Derechos Humanos en Colombia, al 
				menos 100 defensores de derechos humanos, incluidas defensoras 
				ambientales, fueron asesinados en 2021. 
				 
				Políticas de seguridad y medio ambiente 
				Fátima afirma que se necesita una política de seguridad para 
				proteger a las mujeres ambientalistas, incluso de los propios 
				actores legales. 
				 
				“Están expuestas. Las grandes empresas han militarizado el 
				territorio y cuando intentan intervenir y detener la 
				contaminación de los ríos y el mercurio, se exponen a ataques o 
				a ser judicializadas como criminales”, lamenta, y agrega que 
				cualquier proyecto de desarrollo debe venir con garantías y 
				protección ambiental para las comunidades. 
				 
				“Vienen con kits, gorras y mochilas para la gente. Pero ¿de qué 
				te sirve eso hoy, si mañana no vas a tener agua para vivir?”. 
				 
				Natalia Daza, quien también participó del panel de la Comisión 
				sobre la Condición Jurídica y Social de la Mujer apoyado por la 
				Oficina de Operaciones de Mantenimiento de la Paz de la ONU, 
				explica que las industrias extractivas, e incluso algunas de 
				energía renovable, a menudo vienen junto con actores de 
				seguridad estatales y no estatales. 
				 
				“En muchos casos, estos actores están para proteger la mina o el 
				proyecto, pero también para desalentar la oposición, que termina 
				amenazando a los líderes sociales, especialmente a las 
				defensoras ambientales”, explica. 
				 
				Natalia argumenta que los actores de seguridad, si están 
				involucrados en la política climática, deben partir de una “idea 
				de seguridad humana” cuando actúan, teniendo en cuenta las 
				consideraciones ambientales. 
				 
				Otro tema que señala es que actualmente en Colombia no existen 
				leyes específicas sobre participación comunitaria en la 
				elaboración de leyes ambientales. 
				 
				“No hay mecanismos para asegurar que las comunidades puedan 
				decidir si quieren actividades extractivas en sus territorios y 
				la información que tienen disponible para ir en contra de los 
				proyectos es muy difícil de leer. En otros países hay recursos 
				para que la gente haga contraestudios sobre el sitio donde, por 
				ejemplo, se va a montar una mina, pero en Colombia eso no 
				existe, entonces la gente está tratando de hacer lo que puede. Y 
				cuando intentan ir a una audiencia pública, que ni siquiera 
				define nada, los amenazan”, denuncia Daza. 
				 
				El informe de 2020 de ONU Derechos Humanos nota la contaminación 
				por mercurio en algunos ríos de Colombia, que afecta 
				particularmente a los pueblos indígenas, afrocolombianos y 
				comunidades rurales. 
				 
				Asimismo, expresa su preocupación por las consecuencias 
				negativas de las medidas antinarcóticos, como el efecto de la 
				fumigación aérea en la seguridad alimentaria, así como sus 
				impactos adversos en la salud y la privación de medios de 
				subsistencia. 
				 
				La Oficina también ha documentado casos de proyectos controlados 
				por el Estado y empresas mineras privadas que han impactado 
				negativamente el derecho de las poblaciones rurales a un medio 
				ambiente seguro, limpio y saludable. 
				 
				Un mural en una zona rural de Colombia muestra la relación entre 
				las mujeres y el medio ambiente.Misión de Verificación de la ONU 
				en Colombia/Laura Santamarìa 
				Un mural en una zona rural de Colombia muestra la relación entre 
				las mujeres y el medio ambiente. 
				La 'ética del cuidado' como solución 
				Fátima Muriel y Natalia Daza son ambas de Colombia, pero 
				provienen de entornos, ciudades y experiencias muy diferentes. 
				Sin embargo, coinciden de manera contundente en cuál es la 
				solución para proteger el medio ambiente y hacer que su país sea 
				más pacífico y resiliente: la participación de las mujeres. 
				 
				“Las mujeres tienen que estar involucradas en la prevención de 
				desastres, tienen que estar involucradas en la adaptación al 
				cambio climático, en la educación, en la salud, porque somos el 
				50% de la población”, insta Fátima. Natalia dice que la clave 
				está en la 'ética del cuidado', una teoría ética-normativa 
				desarrollada por feministas en la segunda mitad del siglo XX. 
				 
				“La ética del cuidado nos muestra que hay mejores formas de 
				relacionarnos con la naturaleza, con los demás, y de construir 
				un planeta saludable e igualitario para todos, incluidos los más 
				jóvenes”. 
				 
				Ella argumenta que actuar a partir de este marco moral como 
				punto de partida significaría que las comunidades son alertadas 
				de los desastres a tiempo, por ejemplo. 
				 
				“Cuidar a los demás es asegurarse de que tengan la información 
				para tomar decisiones en el momento oportuno. También 
				significaría que los recursos estarían mejor distribuidos”. 
				 
				La experta pone como ejemplo el huracán Iota que diezmó la isla 
				colombiana de Providencia en 2020. 
				 
				“Había estudios sobre cómo Providencia era altamente vulnerable 
				al cambio climático, pero las estrategias de resiliencia no se 
				habían implementado por completo, y eso deja a la gente sin 
				atención, los deja solos. Si las personas se quedan atrás, no 
				hay atención para ellas, desde una perspectiva feminista de 
				cuidado esto nunca hubiera sucedido”, explica Natalia. 
				 
				"Cuidarlos sería asegurarse de que tengan los recursos para ser 
				más resilientes, asegurarse de que dispongan de la información 
				necesaria para tener opciones y apoyo después del desastre. Ha 
				pasado más de un año desde el huracán y muchos servicios todavía 
				no funcionan, incluyendo de salud y educación", añade. 
				 
				Mujeres como Fátima, Natalia y las 3000 integrantes de la red 
				Tejedoras de Vida son un ejemplo de lo que significa ser un 
				“multiplicador de soluciones” frente al ‘multiplicador de 
				amenazas’ que es el cambio climático. 
				 
				“No somos enemigos de los hombres sino del sistema patriarcal. 
				El sistema que tanto daño nos ha hecho. Por eso tenemos que 
				luchar, para que los programas, los gobiernos y las 
				instituciones trabajen con las mujeres. Mientras no 
				participemos, no habrá paz”, concluye Fátima. 
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