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lavaca
Compartimos esta triste noticia que es producto de un
modelo contaminante que enferma y mata. Florencia se
había ido a vivir a Pergamino junto a su marido para
criar a sus hijos en un entorno natural, pero al poco
tiempo empezó a sentir síntomas extraños: se le
adormecían las piernas, tenía ronchas, forúnculos.
Fumigaban al lado de su casa. Luego contrajo cáncer. Fue
una de las tres mujeres que llevó adelante distintas
denuncias: una causa madre focalizada en tres
productores procesados por las fumigaciones y la
contaminación del agua; la imputación al intendente por
incumplimiento de medida cautelar en la entrega de agua
potable a la comunidad; una causa por una escuela
fumigada en el pueblo de Gornati; y otra contra ex
funcionarios procesados. Compartimos el reportaje
publicado en la revista MU 163 como un homenaje y
reconocimiento a su lucha y legado. Hasta siempre,
Florencia.
Murió Florencia Morales, una de las vecinas de Pergamino
enferma de cáncer que denunciaba a los agrotóxicos
Florencia Morales vivía junto a la Ruta Nacional n° 88,
en el barrio Luar Kayad de Pergamino: «Lucho y hago
conocer mi historia para que no se envene a nadie más».
El caso de Florencia Morales: en 2011 se estableció en
una quinta de Pergamino, junto a su marido buscaban
criar a sus dos hijas en una paz que no les brindaba la
ciudad de Buenos Aires. “Al año ya sentíamos síntomas
raros. Mi hija empezó con asma, se le obstruía mucho la
nariz. Se le adormecían las piernas, tenía ronchas,
forúnculos. En una fumigación muy fuerte se nos murieron
algunos animales: un perrito y dos loros amanecieron
explotados, totalmente inflamados”.
El nacimiento de su tercer hijo, en 2016, evidenció el
problema de fondo: “A los cinco meses, mientras le
estaba dando la teta, veo que en una de las mamas no
tenía leche y en una de las palpaciones siento una
pelotita. Resultó ser un cáncer con estadío avanzado que
había hecho metástasis en la columna, por lo que ya no
hay posibilidades de cura”. Complementa: “Debo hacer
tratamiento de por vida, pero la medicación oncológica
no es leve: me trae varias dificultades. Soy consciente
de que hoy estoy estable y en cualquier momento puede
detonar y ya está. Estoy todo el tiempo conviviendo con
la finitud, es terrible que haya gente que por un tema
económico destroce a otros seres humanos. Y encima, acá
en Pergamino la mayoría trabaja o tiene familia que vive
del campo, entonces quienes nos enfrentamos a esto somos
los bichos raros”.
En el reportaje publicado en MU, el testimonio de
Florencia Morales, ya en cáncer en fase 4, cerraba con
estas palabras: “Sé que no me voy a curar ni recuperar
el tiempo perdido. Estoy con la salud muy deteriorada.
Pero estoy. Y mientras siga, llevaré adelante la causa
para frenar este desastre. Si bien estoy dolida, con el
avance judicial siento algo de esperanza; empiezo a ver
un poquito de luz al final del túnel”.
El reportaje completo:
MU en Pergamino: la
capital del veneno Publicada hace 2 años el 01/10/2021
El INTA confirmó la
contaminación de las aguas; hospitales como el Austral
detectaron los agrotóxicos en los cuerpos de pacientes
de Pergamino, y la comunidad logró fallos ejemplares de
la justicia. Los detalles de casos que merecerían
figurar en una serie de terror, pero forman parte de la
realidad cotidiana. Desde el cáncer hasta la sojización
de las cabezas, empresarios, medios y gobierno coinciden
en un silencio sin grieta. La mirada hacia el futuro de
vecinas y vecinos que se defienden organizándose, y la
inauguración de nuevos modos de producción sanos. Por
Francisco Pandolfi.
MU en Pergamino: la capital del veneno
Con el cartel, Sabrina Ortiz, contaminada de agrotóxicos,
que se recibió de abogada porque no encontraba quien la
defendiera. Fotos: Nacho Yuchark
-Con vos, no tengo nada que hablar.
Las palabras del intendente a una vecina quedan flotando
en el aire de la Municipalidad. La lengua no tiene
huesos, pero los rompe. Y en el partido bonaerense de
Pergamino hay palabras y también hay silencios que se
sienten en la atmósfera, que calan hondo, que parecen
resonar para siempre. Al mismo tiempo, en la bautizada
“ciudad de la semilla” y núcleo sojero de más de 100 mil
habitantes, hay cuerpos que hablan. Cuerpos vivos,
cuerpos enfermos, cuerpos muertos. Hablan. Y denuncian.
La vecina se llama Sabrina Ortiz. El intendente, Javier
Martínez. Ese primer encuentro con el mandamás de Juntos
por el Cambio –que ocupa el cargo desde 2015 (50,82% de
los votos) y fue reelecto en 2019 (58,70%)–, se dio en
2018, un par de horas después de que Sabrina denunciara
por radio la certificación de que sus dos hijos y ella
tenían agrotóxicos en sus cuerpos. Se había acercado a
la intendencia con una carpeta llena de datos para
mostrar y demostrar el mal generado por los venenos. Él
la miró de arriba a abajo. Y sin que ella pudiera
pronunciar ningún sonido, le enrostró: “Con vos, no
tengo nada que hablar”.
Una noticia origina el viaje de MU a Pergamino, 222
kilómetros al norte de la ciudad de Buenos Aires: la
confirmación del procesamiento a dos ex funcionarios
encargados de controlar la aplicación de agrotóxicos.
Una medida judicial sin precedentes en el país. Sin
embargo, entre la buena nueva y el inicio de esta
historia, hay diez años de una vida de película,
protagonizada por varias actrices y actores, y uno de
cuyos papeles principales lo afronta Sabrina Ortiz, 37
años, de Paren de Fumigar Pergamino.
MU en Pergamino: la capital del veneno
Madres fumigadas: Silvana, Erika, Paola, Juana, Natalia.
Balazos, soja y derecho
2011: Sabrina vive en Villa Alicia, uno de los barrios
populares del lugar lindante al campo y, por
consiguiente, a las fumigaciones que hace meses denuncia
sin respuesta. Ya sufría brotes, picazón y
desprendimientos de la piel. Pero ese día fue distinto:
“Estaba embarazada de casi seis meses. Era tan fuerte el
olor que respiraba veneno puro. Se me empezaron a quemar
las fosas nasales, la boca, la garganta, la cara me
ardía, los ojos inflamados, rojos. Parecía casi
deformada por el mismo tóxico. Tuve náuseas, luego
vómitos, hasta que fui al hospital. Mi hijo ya estaba
muerto”. La explicación: “Quien me atendió me dijo que
se debió a una intoxicación, pero que si certificaba que
era por los agroquímicos, lo iban a matar”. Silencio…
“Ahí empecé a entender que había algo muy grande detrás,
que por algo no me recibían las denuncias”.
2012: Sabrina aprovecha los pocos espacios radiales que
le dan para contar lo que pasa. Va conociendo a personas
que sufren lo mismo en otros barrios, mientras se sigue
fumigando a diez metros de las casas en zonas urbanas y
periurbanas. “Ningún abogado nos quiso acompañar ante la
justicia para que se investigue. Ni los especialistas en
derecho ambiental aceptaron. Me sentía muy sola”.
2013: La batalla empieza a dar frutos: se presenta en el
Concejo Deliberante un proyecto de ordenanza para la
regulación de “fitosanitarios”, eufemismo para nombrar a
los agrotóxicos. Sabrina es docente en salud. No la
agobia una necesidad laboral, pero toma una decisión que
cambia radicalmente su vida: comienza la carrera de
abogacía: “Seguía golpeando puertas de abogados, que
tenían herramientas para cambiar mi situación y no lo
hacían. Tampoco respondían desde la Secretaría de Salud,
ni del hospital, ni de la Municipalidad. Nadie se acercó
a ver qué estaba pasando”. Silencio… “Me sentí morir
muchas veces, sola, mientras mi familia seguía
enfermándose”, agrega, y se saca los anteojos para
secarse las lágrimas.
MU en Pergamino: la capital del veneno
Paola, su nieto con sobrepeso, su nieta con déficit de
crecimiento
2014: Sabrina sufre su primer ACV. No claudica. Se
aprueba la ordenanza para la regulación de agrotóxicos:
100 metros desde el final de la zona periurbana.
2015: Sabrina padece el segundo ACV. Continúa luchando.
Entra en vigencia la ordenanza y se crea la Secretaría
de Ambiente Rural, órgano de control que no controla. A
la cabeza, el veterinario Mario Tocalini; como subjefe y
auditor, el ingeniero agrónomo Guillermo Naranjo. Ambos
han sido procesados en segunda instancia por
incumplimiento de deberes funcionarios públicos.
2016: Comienzan las amenazas. En mayo, el productor
agropecuario Mario Roces, vecino de Sabrina, se acerca
en dirección a su casa. “Lo veo venir por la ventana. Lo
escucho gritar ‘estos negros se tienen que morir’, saca
un arma y dispara dos tiros con balas de plomo. Con una
mató a mi perro, la otra dio en la pared. Mi hija había
estado afuera un par de minutos antes. Me quedé
paralizada”. Completa: “Al día siguiente me crucé a la
hija en el supermercado. Me dijo: ‘Somos los fundadores
del barrio, si mi papá quiere te mata y no va preso’.
Hice la denuncia mucho después, por miedo”. Y amplía:
“También me tiraron a mi casa bidones de agrotóxicos y
hace unos meses me pusieron ramas de soja arriba del
auto”.
2017: Sabrina tiene una hija y un hijo. Fiamma y Ciro.
Un día Fiamma se levantó con dolor en una pierna. Le
levantó fiebre, prosiguieron infecciones. “Estuvo 25
días internada y no detectaban qué era. En paralelo, a
Ciro se le empieza a inflamar la boca y la garganta,
hasta que le detectan cadenas ganglionares intestinales.
Tenía 3 años y adelgazó 5 kilos en un mes. No sabían el
motivo, hasta que en infectología preguntaron de dónde
éramos. Nos mandaron a toxicología ambiental del
Hospital Austral y tras los análisis se confirmó lo
peor: mis hijos y yo teníamos alarmantes niveles de
agrotóxicos en el cuerpo. Ciro 120 veces más de lo que
un cuerpo puede tolerar; Fiamma 100 y yo 58”.
Las cifras no explican el sentimiento: “Fue un
detonante, me desmoroné por completo. El daño ya estaba
hecho y representaba un riesgo biológico que podía
desencadenar en cualquier cosa. Luego entendí que los
ACV se originaron por esa exposición a sustancias
neurotóxicas”. ¿Cómo reaccionó el municipio? “Matías
Villeta, secretario de Salud, declaró que los análisis
eran truchos”. Al final de ese año, Sabrina potencia la
proeza y se recibe de abogada: “Estaba presionada por
recibirme rápido, para empezar a denunciar y no depender
de otros; lo sentía como una bomba de tiempo”. Con
título en mano, hace la denuncia en la fiscalía.
2018: Al no haber avances, Sabrina acude al Juzgado
Federal Nº 2 de San Nicolás, a cargo del juez Carlos
Villafuerte Ruzo. La escuchan. “Por primera vez la
justicia daba respuestas; pedí ser querellante en la
causa que se abrió en julio contra los productores
procesados por el delito de contaminación del ambiente
de un modo peligroso para la salud: Fernando Cortese,
Mario Roces y Víctor Tiribo. A Enrique Turín le dictaron
la falta de mérito. La motivación de estudiar derecho me
estaba llevando al objetivo: tener las herramientas para
cambiar la historia”. Peritos ambientales de la justicia
federal realizan en noviembre el primer muestreo de agua
de red y de pozo, así como en el suelo, en los tres
barrios más afectados: Villa Alicia, La Guarida y Luar
Kayad, al sur de Pergamino. El INTA Balcarce determina
la presencia de 18 moléculas de agrotóxicos.
2019: En abril, el juez dictamina la primera medida
cautelar, la cual prohíbe fumigar en las zonas aledañas
a los barrios más damnificados, precisamente en los
predios de cuatro productores. En un segundo
relevamiento sobre la calidad del agua, en mayo, la
justicia agrega al barrio Santa Julia, donde se habían
denunciado múltiples casos de cáncer. Se encuentran 19
moléculas de agroquímicos. En agosto, el juez amplía la
cautelar y prohíbe la fumigación “a la totalidad de la
ciudad de Pergamino fijándose un límite restrictivo y de
exclusión de 1.095 metros para las aplicaciones
terrestres y de 3.000 metros para las aéreas”. La
intendencia apeló todas las medidas cautelares que
defendían a la ciudadanía, incluida la que exhortaba al
municipio a entregar bidones de agua potable a las
familias más expuestas. Recuerda Sabrina: “Al otro día
de haber sido informado sobre la cautelar, el intendente
dio una conferencia de prensa negando la contaminación y
asegurando que se trataba de un acto de politiquería”.
El vecino productor Fernando Cortese le hace llegar a
Sabrina un mensaje: “Prometió que me iba a pegar un tiro
en la espalda y dejarme paralítica”. No fueron solo
palabras: “En la ruta, le tiró su camioneta encima a mi
papá, que casi vuelca”.
2020: Se conocen los resultados del tercer muestreo
extraído en diciembre de 2019. Las cifras son tan
asombrosas como lógicas: tras las medidas judiciales
restrictivas a las fumigaciones, se encuentra un 50%
menos de químicos.
2021: El proceso judicial avanza y se ha diversificado.
La causa madre focaliza en los tres productores
procesados por las fumigaciones y la contaminación del
agua, pero existen otros expedientes. Entre ellos: la
imputación al intendente por incumplimiento de medida
cautelar en la entrega de agua potable a la comunidad;
una escuela fumigada en el pueblo de Gornati; los ex
funcionarios procesados. “Los productores fumigaban con
Tocalini y Naranjo presentes y no hacían nada. Se reían
juntos. Más de una vez, venían a inspeccionar y el
mecanismo que tenían era oler el campo. Sí, se
agachaban, olían y dejaban asentado que había olor a
humo”, rememora Sabrina, con un pañuelo de colores que
rodea su cuello y unos ojos oscuros llenos de vida.
MU en Pergamino: la capital del veneno
Asamblea de puesteros en la feria agroecológica.
Breves historias clínicas
A la causa judicial la llevan adelante tres mujeres de
tres de los barrios más avasallados por los pesticidas.
A Sabrina, que vivía en Villa Alicia antes de mudarse
por pedido médico, se le sumaron Alejandra Bianco, de
Santa Julia, y Florencia Morales, de Luar Kayad.
Alejandra, 48 años, parece no perder el humor pese a la
tragedia: “Dios los cría y el viento me los trae a mí.
En Pergamino hay cáncer como para hacer dulce de leche”.
La metáfora no es exagerada. Vive a 100 y a 600 metros
de dos campos donde se fumigaba. Enumera el horror: “A
principio de 2018 se enfermó Sergio, mi ex pareja, de un
cáncer de páncreas e hígado sin la posibilidad de
operar. Falleció en diciembre pasado; en marzo último,
Sandrita, mi amiga, mi hermana murió de cáncer de
huesos; a mi hijo Benjamín le detectan púrpura
trombocitopénica (trastorno de la sangre) y a mi hijo
Ignacio cáncer de tiroides, ambos a sus 17 años; a mí me
quitaron el útero, 12 tumores tenía. Un cuerpo minado”.
Hay más: “El dueño de la casa donde vivíamos, cáncer de
testículo; pegada a mi casa, un matrimonio con cáncer;
pegado a ellos, Juan, cáncer de estómago. A la vuelta:
Guada, cáncer de lengua; Gloria, cáncer de intestino y
de colon; una familia entera: la mamá cáncer de
intestino, el papá de garganta, el hijo de lengua.
Pergamino es un desastre”. Su actual pareja trabaja en
el campo. Va de cuerpo con sangre y aún no saben lo que
tiene.
MU en Pergamino: la capital del veneno
Una pintada para romper el silencio en una esquina.
Alejandra comprendió que no era normal lo que pasaba en
su cuerpo, en su familia, en su barrio. “En 2018 empecé
a hacer un censo. Como en Santa Julia la gente es muy
cerrada, dejé una hoja en el almacén para quien no se
animara a hablar conmigo. Muchos vecinos accedieron y en
diez manzanas registramos 56 casos de cáncer”.
El caso de Florencia Morales: en 2011 se estableció en
una quinta de Pergamino, junto a su marido buscaban
criar a sus dos hijas en una paz que no les brindaba la
ciudad de Buenos Aires. “Al año ya sentíamos síntomas
raros. Mi hija empezó con asma, se le obstruía mucho la
nariz. Se le adormecían las piernas, tenía ronchas,
forúnculos. En una fumigación muy fuerte se nos murieron
algunos animales: un perrito y dos loros amanecieron
explotados, totalmente inflamados”.
El nacimiento de su tercer hijo, en 2016, evidenció el
problema de fondo: “A los cinco meses, mientras le
estaba dando la teta, veo que en una de las mamas no
tenía leche y en una de las palpaciones siento una
pelotita. Resultó ser un cáncer con estadío avanzado que
había hecho metástasis en la columna, por lo que ya no
hay posibilidades de cura”. Complementa: “Debo hacer
tratamiento de por vida, pero la medicación oncológica
no es leve: me trae varias dificultades. Soy consciente
de que hoy estoy estable y en cualquier momento puede
detonar y ya está. Estoy todo el tiempo conviviendo con
la finitud, es terrible que haya gente que por un tema
económico destroce a otros seres humanos. Y encima, acá
en Pergamino la mayoría trabaja o tiene familia que vive
del campo, entonces quienes nos enfrentamos a esto somos
los bichos raros”.
MU en Pergamino: la capital del veneno
Pedro y Guido, dos de los agricultores que descubrieron
que se puede producir de modo sano.
Madres fumigadas
El reclamo en el barrio popular Villa Alicia lo
emprendió Sabrina y lo siguieron muchas vecinas
nucleadas en la organización Madres de Barrios Fumigados
Pergamino. Cinco de ellas reciben a MU en la casa de
Paola Díaz, quien encabeza un movimiento que fusiona
fuerza, impotencia y una catarata de denuncias por el
uso de agroquímicos. “En 2014 falleció Mónica, mi nena
de 11 años por leucemia aguda. Fue fulminante, de un día
para el otro. Ahí conocí a Sabrina que ya estaba
denunciando las fumigaciones. Para mí era un trabajo que
hacía daño al suelo, al pasto, pero no a nosotros. La
muerte de mi hija me demostró lo contrario”.
Erika Díaz, 45 años, cuatro hijos: “Tengo hidradenitis
supurativa, enfermedad cutánea que no tiene cura. Soy
alérgica y todo el tiempo me pica la piel, me salen
forúnculos. También sufro de tiroides. No me acostumbro
al dolor aunque lo cargo desde los once años. Ya desde
ahí fumigaban”. Sus hijos y nietos también presentan
diversas afecciones, como piel atópica, hipoacusia,
broncoespasmo y asma.
Silvana Mansilla, 37 años, una hija de 19, un hijo de
14. “En 2012 mi nena empezó con ronchas en la cara y no
encontrábamos la solución. Hoy tiene hipotiroidismo y
todavía nunca menstruó. Además, mi hijo y mi marido
sufren de asma”.
En Pergamino, la grieta es horizontal, de clases. Los
dólares que entran por la agricultura se ven en grandes
latifundios dedicados sobre todo a la soja, y en menor
medida al trigo y al maíz, pero no se derraman en
barrios como Villa Alicia. No hay gas natural, no llega
el cable ni el wifi ni el teléfono; hace 40 años espera
el pavimento y recién hace tres se hicieron las obras
del cordón cuneta. Tampoco hay historias clínicas en la
salita médica: cuando el juez las pidió para
incorporarlas a la causa, desaparecieron.
Juana Payero tiene tres chicos, 40 años y un aborto
espontáneo en su primer embarazo. “Tenía una
malformación del corazón”, narra, luciendo una remera
que reza: “Los agrotóxicos matan”. Sobre el agua: “La
Municipalidad no cumple con los 20 litros de agua por
persona por día que el juzgado le ordenó dar a los
cuatro barrios. En mi familia somos 5 y nos dan 10
bidones de 20 litros por semana que no nos alcanzan para
nada. Solo a mis dos hijas más chicas las llego a bañar
con el agua sin veneno”. Y se le viene la infancia, como
si fuera hoy: “Mi mamá me decía que salude al avión y yo
pensaba que tiraba papelitos, como en el circo. Nos
mojaba y creía que era rocío. Así nos enfermamos”.
Natalia Mansilla, 39 años, mamá de tres hijos junto a su
marido semillero. El más chico se llama Dante y enfermó
en 2016. “Se le deformaba toda la panza, gritaba del
dolor; el médico me decía que eran gases. No soporté más
y lo trasladé a Buenos Aires, donde me dijeron que si no
lo agarraban a tiempo, se moría. Estuvo dos meses
internado y le sacaron 75 centímetros cúbicos de pus de
la infección que tenía. Él y su hermano Daniel tienen
retrasos madurativos. Mi hija, un quiste en los ovarios.
Necesitamos urgente los estudios genéticos”.
En 2019 Sabrina pidió al juzgado análisis genéticos para
78 personas afectadas. Fueron aprobados 20, pero el
Consejo de la Magistratura aún no remitió el dinero.
“Necesitamos urgente los estudios y saber qué hay en
nuestros cuerpos. Tenemos el derecho a respirar aire
limpio”, cierra Paola, que en su remera lleva una
calavera y palabras alrededor: “Madres de Barrios
Fumigados Pergamino”.
MU en Pergamino: la capital del veneno
Florencia Allende, Germán Neffen y su pequeño. La pareja
creó una cooperativa de harina integral y asesoramiento
agroecológico para poder producir en los espacios en los
que la justicia prohibió fumigar.
“Un tema que no manejo”
Javier Arturo Martínez es el jefe municipal de
Pergamino. Como Mauricio Macri, uno de sus referentes,
llegó a la intendencia mediante el fútbol como
trampolín, tras haber sido presidente del club Douglas
Haig de la ciudad. Su camiseta de rayas verticales rojas
y negras ha llevado en el pecho la publicidad de
Monsanto, empresa estadounidense de agroquímicos
comprada por Bayer. A continuación, la escueta
conversación telefónica con Martínez.
Hola Javier, ¿cómo le va? Quisiéramos entrevistarlo en
persona sobre el medio ambiente en Pergamino.
¿Por qué tema?
Agrotóxicos.
Tengo gente que puede tratarlo a ese tema. Desde la
Secretaría de Producción están trabajando en eso.
Pero además, ¿no podemos hablar con usted, como máximo
responsable?
Sobre ese tema no, porque lo manejan ellos, los
indicados son ellos porque están trabajando hace dos
años. Se ha avanzado mucho, por eso sería una lástima
que no lo veas con quien tenés que verlo. Es un tema que
yo no manejo. Así que te agradezco el llamado, muy
amable.
¿Nos podría dar una opinión sobre los funcionarios
procesados?
Ya hablamos mucho de eso. No tenemos más para hablar. Ya
está todo dicho. No hay mucho más.
¿Y en relación a la contaminación del agua?
Por otro tema llamame cuando quieras. Gracias.
Javier Genoud es el Secretario de Producción de
Pergamino, la persona indicada para hablar según el
intendente. Pero tampoco habla. Tras no contestar a las
llamadas, respondió un mensaje para interiorizarse sobre
el eje de la nota. Luego, dejó de responder. Guillermo
Naranjo, ex subjefe de la Dirección de Ambiente Rural,
tampoco tampoco contestó los llamados y mensajes.
MU en Pergamino: la capital del veneno
Producción regenerativa de ganado, en contraposición a
los feed lots que contaminan y enferman a los animales,
y luego a quienes consumen.
El logo del hospital público
«Mi hija se brota toda tras estar en el campo. Los
médicos niegan su relación con los agrotóxicos. Nos dan
un jaboncito o corticoide, pero no van al fondo del
problema”, expresa Julia Siciliani, integrante de Paren
de Fumigar. Plantea otro problema: “No hay historias
clínicas ambientales en los centros médicos
correspondientes a lugares donde se fumiga y hay
actividad industrial como Pergamino”. Julia participa de
un bachillerato popular en el barrio popular Kennedy,
que está pegado al Parque Industrial. El olor que emanan
las empresas es insoportable, nauseabundo. Miles de
vecinas y vecinos lo respiran cada segundo de sus vidas.
“Muchos se brotan por el polvillo que se desprende de
las fábricas” y concluye: “Lo que sale del parque
industrial va al arroyo. Sobre todas estas problemáticas
queremos hablar, pero la Municipalidad nunca nos abrió
las puertas”.
La secretaria de Salud María Marta Perretta sigue la
línea de su gobierno. No atiende el teléfono. No
responde ningún mensaje. El silencio aturde y trasciende
el gabinete. Silvia García es la directora del hospital
público regional San José, dependiente de la provincia
de Buenos Aires. Al contactarla, pide que se la llame al
día siguiente. Cuando se entera de qué es la nota, no
responde nunca más. Tampoco habilitan a hacer un
registro fotográfico del interior del centro médico. Sin
embargo, no hace falta ingresar para hacer clic: desde
afuera, se ve el logo de Bayer (la dueña de Monsanto) en
las salas de espera que la mismísima compañía fabricante
de agroquímicos instaló en el nosocomio.
Ante el mutismo interno, la comunidad contó con la ayuda
de especialistas. Uno de ellos fue el médico pediatra y
neonatólogo Medardo Ávila Vázquez, que acompañó todo el
proceso y atestiguó ante el juez. Desde su Córdoba
natal, donde es docente de la Universidad Nacional,
detalla su experiencia en la ciudad de la semilla…
transgénica: “La realidad de Pergamino es similar al
resto de los pueblos expuestos a los agrotóxicos, pero
hay algo diferente que me impactó mucho y es cómo este
fenómeno penetró en las napas subterráneas de las cuales
se surte de agua potable la población. Están totalmente
contaminadas, no habíamos visto antes algo así en el
agua corriente”.
Integrante de Médicos de Pueblos Fumigados, enumera las
enfermedades más comunes que provocan los pesticidas:
“Irritaciones oculares, de garganta, de piel; autismo,
asma, broncoespasmos: el 50% por ciento de los chicos
usan broncodilatador en los pueblos fumigados, cuando la
carga de asma de los niños en el resto del país es de
12%”. Continúa: “Hay muchos trastornos endócrinos,
porque los agrotóxicos son moléculas que interfieren con
mensajes hormonales y producen desbalances en el
funcionamiento de las hormonas tiroideas. En el país,
hay un promedio del 6% en población adulta mayor a 20
años de hipotiroidismo; mientras que en los lugares
afectados llega a haber un 23%”.
Los problemas reproductivos: “También son muy
frecuentes, como la esterilidad, la virilidad en los
hombres, inconvenientes para quedar embarazadas las
mujeres. Los obstetras nos cuentan que casi la mitad de
los embarazos no llegan a término. El aborto espontáneo
es un fenómeno que en general se da en un 3%. En estos
ámbitos, entre el 10% y el 20%. Lo mismo ocurre con
muchos niños que nacen mal formados: la tasa natural en
Argentina es del 2%, o sea, 2 de cada 100 nace con algún
problema genético. En estas localidades, entre el 5 y el
6%”. Finaliza: “Los cánceres son una locura. En los
pueblos un 40, 50% de la gente muere por esto, cuando el
promedio nacional es del 20%”.
Por su trabajo en Pergamino, ningún funcionario ni
sanitarista se comunicó con él. Cree saber el porqué:
“En este tipo de lugares, los intendentes son
productores o fumigadores, principales contaminantes del
pueblo. En Pergamino el municipio es defensor y una de
las patas del agronegocio”.
MU en Pergamino: la capital del veneno
Transición a lo distinto
Fabián Díaz tiene 49 años y vive en Villa Alicia. Es el
hermano mayor de Paola, referenta de Madres de Barrios
Fumigados. Toda la vida trabajó en el campo y sufrió las
consecuencias: “Fumigué el campo de enfrente y en muchos
otros lados. Lo hacía con una mochila y me mojaba la
espalda. Usaba el Roundup (glifosato fabricado por
Monsanto) para la soja transgénica. Así fue que me
enfermé de hipertiroidismo”, repasa, mientras camina por
una calle de tierra en un barrio donde décadas atrás
había achicoria, hinojo, plantas frutales como naranjas,
mandarinas y ciruelas, “hasta que el roundup mató todo”.
“No sabía lo que podía generar; acá se agarran esos
trabajos por necesidad, pero falta información”. Y hace
un análisis económico y sociológico, mirando hacia al
futuro: “En Pergamino te rounduplizan la cabeza, o te la
sojalizan y no salen de ese encierro. La solución es
sentarse a hablar con los productores para que creen
nuevas opciones de producción, hay mucha gente joven que
sabe sembrar soja de una única manera”.
Germán Neffen, Florencia Allende y Laureano Fontana
integran la incipiente cooperativa Turba, que hace
harina integral y asesoramiento agroecológico.
“Realizamos producciones a pedido de particulares y de
organizaciones como la Unión de Trabajadores de la
Tierra y el Movimiento de Trabajadores Excluidos”,
afirma Florencia. Laureano muestra el molino donde
fabrican la harina y cuenta por qué decidió unirse al
proyecto: “El juntarse con otras personas y construir
colectivamente no lo cambio por nada”. Germán, además,
forma parte de la asamblea Vida, Salud y Ambiente de
Pergamino. Opina sobre la ordenanza de promoción de la
agroecología que se estableció en 2019: “Quedó en la
nada; se creó un consejo asesor que nunca se activó”.
Desde hace cuatro años incursiona en la ganadería
regenerativa, a través del sistema del Pastoreo Racional
Voisin, tecnología agroecológica rentable que regenera
suelos sin venenos.
El manejo del campo de sus padres lo divide con sus
hermanos, que lo alquilan para feedlot (encierro de
animales para engordarlos y así intensificar la
producción). “Donde hay verde, es mi parte”, dice, y se
ríe. “Parece un slogan, pero es así”. Y es así. En sus
140 hectáreas tiene 300 animales, entre vacas, toros y
terneros. Sus hermanos alquilan 15 hectáreas y caben
alrededor de 6.000 animales (con la contaminación y el
hacinamiento que implica). “Para llevar adelante el
pastoreo racional no se necesita tener muchas hectáreas.
La diferencia mayor entre ambos sistemas es en la forma
en la que viven los animales. Conmigo están en un lote y
recién vuelven a ese espacio en 90 días, para que el
pasto se regenere usando la bosta que dejan”, comenta en
una llanura con distintos matices de verdes, según
cuándo haya pisado el ganado.
Como contraparte, el feedlot. Se ve una montaña de
vacas, terneros, novillos, vaquillonas, toros, todos
juntos, en el barro que genera su propia bosta, con
comida las 24 horas. Así viven el tiempo que dure el
engorde, que va entre dos y seis meses. “Hoy, el 95 por
ciento de la carne argentina proviene de estos sistemas
de feedlot”, relata Germán, y el olor a podrido es
insoportable, envuelve las fosas nasales. Traspasa el
simple olor a mierda. Te descompone. Es mierda
concentrada de hace días, semanas, meses. Pisoteada por
miles de animales. “Hay un montón de patógenos, por eso
el olor. Le dan puro grano para que aumenten rápido de
peso y tengan más ganancia. Un kilo y pico por día
aumentan acá”, y acota: “A diferencia del sistema que
hago durante el año, que es todo autoproducción y los
animales aumentan medio kilo por día, en el feedlot no
se produce nada de alimento. Todo se trae de afuera. Ahí
tenés una deficiencia tremenda ambiental y en el consumo
energético, ya que transportás todo lo que se va a
consumir, que ya no es alimento, sino materia prima para
que coman los animales”.
MU en Pergamino: la capital del veneno
Un oasis en la llanura
En las entrañas de la agricultura tradicional, en medio
de un pueblo fumigado y contaminado, hay una lucecita
que cada día ilumina un poco más, desde que Sabrina
Ortiz decidió apretar la perilla de la justicia. No
puede taparse el sol con la mano, y entonces en
Pergamino ya funciona una feria netamente agroecológica,
en vías de seguir creciendo. Se instala los sábados en
el Parque España, donde se erigen 16 puestos, entre
hortícolas, panificación, hierbas aromáticas y
medicinales, huevos, miel, cosmética, humus de lombriz,
y diversas experiencias para transmitir:
Por ejemplo Joaquín, 35 años. Vive en el campo hace
siete. Cultiva dos hectáreas de 40 donde su familia usa
agroquímicos. “Estoy a favor de la naturaleza e intenté
cortar con la tradición familiar”. Desarrolla: “Nadie
está en contra de nadie. Ellos no ven con buenos ojos el
uso de agroquímicos, pero no les cierra de otra manera,
el sistema impositivo y de deuda no les deja margen para
salirse. El Estado te saca en las buenas y en las malas.
Le saca lo mismo al dueño de 30 hectáreas que al de 5
mil. Se hace muy complicado”. Propone: “Hay que tejer
puentes. El Estado debe cambiar la política, porque hoy
no tiene las manos limpias. Te dice que no uses
agroquímicos cuando lo único que le conviene es que uses
agroquímicos”.
Guido Bruno, 30 años, ingeniero agrónomo, que cultiva
junto a un amigo en 4 hectáreas de un campo familiar de
100. “Buscamos producir en armonía con el ambiente,
cuidando los recursos y así llevar a la gente alimentos
sanos y de calidad. Tenemos muchas limitaciones porque
no hay cultura de la agroecología. Ni de los productores
ni de los consumidores”.
Su socio es Pedro Novas, 30 años, hortícola desde hace
cinco. “La feria creció un montón y nosotros con ella. A
la hora y media de llegar, ya me quedé sin verdura. Hace
un año y medio llenábamos media camioneta de cajones,
hoy la traemos completa”, precisa, antes de recordar
cómo llegó a este tipo de producción: “Cuando me mudé a
Pergamino primero trabajé en agricultura convencional.
Sé lo que hago ahora porque estuve del otro lado. Lo
hacía en relación de dependencia y veía cómo se
revoleaban bidones en cualquier lugar, me daba
escalofríos. Te hablan de buenas prácticas, pero adentro
pasa otra cosa. Acá estamos en la cueva del lobo”.
Profundiza: “Yo era maquinista, andaba arriba de la
fumigadora tirando todo tipo de herbicida: 2,4-D,
glifosato, paraquat. No llegué a trabajar un año,
terminé saturado”. Y plantea un horizonte sobre las 6
mil hectáreas que están sin utilizarse por las
restricciones judiciales: “Hay que hacer cultivo
extensivo agroecológico en la zona periurbana; tenemos
esa posibilidad gracias a la lucha de Sabrina”.
El papá de Pedro se llamaba José María Novas. Murió en
2016. Había trabajado 24 años para la empresa
estadounidense Cargill, una de las principales
exportadoras de granos. “Le diagnosticaron cáncer. Un
linfoma no Hodgkin, principal causa de muerte por
agroquímicos. Tras su fallecimiento, encontré en su
computadora documentos descargados sobre el agua
contaminada en Pergamino. Ahí entendí que él sabía por
qué se moría”.
Mucho que hablar
Pergamino fue uno de los primeros conglomerados que
cortaron rutas por el proyecto de ley sobre las
retenciones impositivas al campo, en 2008. En las
últimas PASO, Juntos por el Cambio ganó con más del 58%
de los votos. A su vez, cada 24 de Marzo la
concentración por el Día de la Memoria, por la Verdad y
la Justicia no supera las 30 personas. Y una
participación similar ocurre en las movilizaciones por
la contaminación del agua y el uso de venenos: “80
personas fue lo máximo, pero en general somos 20, 30”,
contextualiza Sabrina a una ciudad que desde la cúpula
dirigencial opta por el silencio.
Alejandra Bianco, doce tumores en los ovarios,
querellante del barrio Santa Julia, lo rompe a palabras:
“Estamos queriendo tumbar monstruos, a quienes no les
importa si se mueren nuestros hijos y se vacían nuestras
familias, mientras se sigan llenando los bolsillos.
Somos un grano para el intendente y para muchos señores
feudales que creen poder decir y decidir quién muere y
quién no. Tenemos contaminado el acuífero y no es solo
cuestión local, sino nacional. No le tengo miedo a nada
después de lo que me pasó”.
Florencia Morales, cáncer en fase 4, querellante del
barrio Luar Kayad, lo rompe a palabras: “Sé que no me
voy a curar ni recuperar el tiempo perdido. Estoy con la
salud muy deteriorada. Pero estoy. Y mientras siga,
llevaré adelante la causa para frenar este desastre. Si
bien estoy dolida, con el avance judicial siento algo de
esperanza; empiezo a ver un poquito de luz al final del
túnel”.
Sabrina Ortiz, envenenada con agrotóxicos, querellante
del barrio Villa Alicia e inspiración para esta
historia, lo rompe a palabras: “Tengo que seguir porque
es un camino largo. Ni la salud ni la vida de mis hijos
ni de ninguno se negocia. Estamos en el centro de un
huracán que te avasalla, te somete, te intenta callar y
parar. No hay espacios para informar lo que está
pasando. ¿Qué podemos hacer? Mucho. Y entre muchos, a
los gigantes les seguiremos limando las patas para que
dejen de causar tanto daño, y eso, solo se logra de
manera colectiva”. |