Frida Kahlo y Diego
Rivera fueron grandes coleccionistas de exvotos
mexicanos, esta tradición se reavivó en México gracias a
los artistas pertenecientes a la Escuela Mexicana de
Pintura, considera el investigador Raúl Cano Monroy en
su libro Por un favor recibido. Exvotos mexicanos,
siglos XIX al XXI, el cual se presentará este 22 de
julio, a las 12:00 horas, en el Museo Casa Estudio Diego
Rivera y Frida Kahlo.
La actividad organizada por la Secretaría de Cultura del
Gobierno de México y el Instituto Nacional de Bellas
Artes y Literatura (Inbal), se da en el contexto de la
conmemoración del 69 aniversario luctuoso de Frida Kahlo
(1907-1954), gracias a quien esta tradición se volvió
popular: “La fridomanía rescató el exvoto”, dijo en
entrevista Cano Monroy.
“Esta edición habla sobre la evolución que tuvo, a
partir del siglo XIX, el retablo votivo mexicano,
retablito o exvoto. Mi investigación inicia en este
siglo porque fue cuando estas piezas se vuelven
netamente populares”, detalló.
Además, explicó que los exvotos son pinturas anecdóticas
que muestran un suceso trágico (su temática principal
son las enfermedades), las cuales se colocan junto a los
retablos de las iglesias, ya sea los dedicados a Cristo,
la Virgen o algún santo para obtener un milagro, por
ejemplo, el regreso de la salud. Es una tradición que
inicia en México en el siglo XVI, cuando llegaron los
españoles a nuestro continente.
“Durante el siglo XVII esta tradición se empieza a
gestar como la conocemos, es decir, el exvoto pintado de
tipo católico, cuya pieza más antigua se conserva en
Santa María Tulantongo, Texcoco, Estado de México, y
data de ese siglo. Asimismo, durante el siglo XVIII
solamente las personas acaudaladas podían pagar este
tipo de pinturas, ya que eran hechas en lienzos
importados y realizados por el gremio de pintores, es
decir, eran piezas en las que se puede ver una destreza
académica, por lo cual eran costosas”.
En el siglo XIX, con la Independencia de México y la
desaparición de los gremios de pintores, el exvoto se
convirtió en un arte libre. Cualquier pintor aficionado
o con ciertos estudios los podía hacer, no solo en tela,
sino también en madera o lámina de cobre, porque eran
materiales de desecho. Por lo anterior, se convirtieron
en un objeto asequible para la población.
“En el siglo XX se volvió una práctica muy extendida en
el país y se pueden encontrar piezas en la Basílica de
Guadalupe y en la de Nuestra Señora de los Remedios; en
Zacatecas, dedicados al Santo Niño de Atocha; en
Veracruz, al padre Jesús de Jalacingo, o en Guanajuato,
al Señor del Hospital. Pero en este mismo siglo, hacia
la década de los sesenta, la tradición vivió un declive,
porque los talleres regionales dedicados a hacer este
tipo de encargos desaparecieron, aunado a que la gente
remplazó las pinturas por copias fotostáticas o
fotografías”, dijo el especialista.
El exvoto en la plástica mexicana
Cano Monroy expresó que en el siglo XXI se dio un
fenómeno interesante, pues la popularidad de Frida Kahlo
y su obra se extendió a su colección de exvotos y
proyectó dicha costumbre en el interés popular.
“Ocurrió, entonces, una reapropiación de esta tradición
y los exvotos contemporáneos muestran dos vertientes:
por un lado, se retoma la tradición como se conocía; por
el otro, se integran otro tipo de temáticas que no
tienen que ver con la ortodoxia católica, como la
diversidad sexual, los dedicados a cantantes, luchadores
u otros deportistas, las redes sociales y aquellos que
hacen pastiches, sátiras o crítica sobre la sociedad
contemporánea. Esta última variante son piezas
destinadas al coleccionismo”.
Mencionó que la mayoría de los pintores pertenecientes a
la Escuela Mexicana de Pintura valoraron, estudiaron y
coleccionaron estas piezas. Se piensa que sólo Frida
Kahlo coleccionaba exvotos, pero no fue así, aunque
gracias a ella se hicieron populares de nuevo.
De acuerdo con Cano Monroy, quien puso en el radar de
los artistas a estas pequeñas pinturas fue un sacerdote:
“En 1920, el hermano Gabriel, un sacerdote de quien no
tenemos referencias exactas, escribió en El Universal
Ilustrado una nota para que los folkloristas
(refiriéndose a los antropólogos) voltearan su interés a
las láminas ubicadas en la Basílica de Guadalupe, ya
que, decía, no solo guardan la historia de la fe del
mexicano, sino que tienen un valor artístico.
Al año siguiente, Gerardo Murillo Dr. Atl dedicó un
apartado a los exvotos en su libro Las artes populares
de México (1921). Posteriormente, Diego Rivera inició su
colección y publicó en la revista Azulejos, en 1922, un
ensayo sobre los exvotos como verdadera expresión del
pueblo. Roberto Montenegro fue otro artista que, en
1950, publicó la monografía Retablos de México. Manuel
Rodríguez Lozano decía que la metodología para aprender
a pintar era a través de los exvotos y los proponía como
un canon de enseñanza.
“El movimiento que impulsó la Escuela Mexicana de
Pintura no solo valoró estas piezas por su carácter
artístico, sino que hizo una reapropiación de esta
tradición”, dijo y destacó que Kahlo no solo pintó
exvotos, como el que dedicó a sus papás titulado El
accidente, sino que utilizó los recursos formales de
estas piezas para sus obras, al igual que Diego Rivera,
María Izquierdo, Gabriel Fernández Ledesma, Rosa
Rolanda, entre otros artistas.
Además de explorar toda esta historia, el también
curador detalló que el libro ofrece un panorama de los
talleres y artistas contemporáneos, porque hay una
omisión en este sentido. Nunca se les ha dado crédito a
los autores de estas láminas y en esta investigación se
reconoce a varios retableros, como Enrique Ávila,
Rogelio Peña, Graciela Galindo, los hermanos Gonzalo y
José Luis Hernández, el matrimonio de Flor Palomares y
Gonzalo Palacios. Son más de 30 retableros activos en el
país. |