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Publicado por
Desinformémonos
Gloria Muñoz Ramírez.
Fotos: Gerardo
Magallón
3 julio 2023 0
Huetosachi, Chihuahua / Desinformémonos. Reunidas en una
paraje de Huetosachi, donde los rarámuri defienden su
territorio, mujeres de distintos pueblos indígenas
hablan de sus dolores, de la defensa de la tierra, de su
nuevo rol dentro de las comunidades, de los obstáculos
que enfrentan, del racismo, machismo, de las violencias
internas y externas, y también de sus esperanzas, su
fuerza y sus desafíos.
Las anfitrionas son las mujeres rarámuri que tienen a su
cargo el comedor y tienda turística dentro del concepto
“Experiencias rarámuri”, en el que el turista se
incorpora de manera respetuosa al conocimiento de su y
las artesanías de su pueblo. Un proyecto que une a un
grupo de diez mujeres entorno a no sólo a la generación
de recursos, sino a la puesta en marcha de otro futuro
posible, en el que ellas, al menos en ese lúdico espacio
de sabores, colores y juegos, son las que ponen las
reglas.
Primero defendieron la tierra que les corresponde, y
después todo lo demás. Habla la gobernadora de
Huetosachi:
En la comunidad soy gobernadora. La gente me eligió para
ayudarle. Lo hago por la comunidad, por las personas.
Tengo que ir a reuniones, dicen que porque me pagan,
pero no.
Cuando teníamos 18 años, éramos unas niñas, no sabíamos
nada ni cómo. María, mi prima hermana, salió a buscar a
quién nos asesorara. Ellos nos dieron palabras, porque
nosotros no sabíamos hablar ni entendíamos. Fuimos
aprendiendo a defender el territorio. Llevamos 15 años
peleando. Antes nos cerraban el camino, nos ponían un
candado para que no entraran los carros.
Vivíamos muy tristes. Ahora ya ganamos la mitad. Fuimos
a varias partes, fuimos a México en caravana. Platicamos
con compañeros que viven en otras comunidades.
Defendemos la tierra que nos dejaron nuestros abuelos y
por los hijos que están creciendo. Si no defendemos, a
los hijos les va a tocar sentir ese golpe que nos tocó a
nosotros.
Antes aquí era un rancho, vivían 18 personas. Ahorita
los jóvenes ya hicieron sus casas y somos 40 personas
ya, pero viven muy retirado porque buscan dónde sembrar,
dónde hay agua de manantiales. Nos gusta vivir así,
escondidos. Muchos de los que visitan dicen que no hay
gente, pero más adentro del camino hay muchas casas,
porque a los rarámuri nos gusta vivir en los bosques,
donde no nos pega el aire.
Cuando ganamos el territorio llegó el proyecto de la
cocina. De ahí vino el salón comunitario. Tenemos una
escuela y kínder también. Ya tenemos cuatro años
trabajando.
Recibimos pocas personas porque a veces andamos ocupadas
y salimos. Somos diez mujeres organizadas en una
cooperativa. Los que estudiaron salieron a trabajar,
pero regresan”.
Las diferencias con los hombres, sus esposos y padres,
no son pocas, como no lo son en ninguna parte. Pero aquí
ellas han ido al frente de la defensa de estas tierras.
Desde febrero de 2014, de acuerdo a información de
Consultoría Técnica Comunitaria AC (CONTEC), que las ha
acompañado en el camino legal, “se declaró a los
integrantes de la comunidad indígena como legítimos
propietarios de 253 hectáreas, identificadas con medidas
y colindancias. También se otorgó a la comunidad una
servidumbre de paso”.
Del proceso de recuperación y de su organización, habla
otra de sus compañeras:
Como los señores de la casa no quieren defender esto,
tenemos que hacerlo nosotras las mujeres. Empezamos
tres, cuatro mujeres, y después conformamos el grupo de
diez. Buscamos capacitaciones para poder capacitar a la
comunidad, no solamente a las mujeres, sino también a
los jóvenes, a los niños, y a la comunidad en general.
Es mucho arriesgarse cuando tienes que ir a hacer un
trámite a Chihuahua o a otro lugar porque es también
enfrentarte sola con muchos problemas, como el racismo y
la discriminación. En las oficinas vas a encontrar no a
mujeres que te atiendan, sino a hombres, y sientes ese
peso. Y si va alguna compañera que no conoce el caso y
te ve entrando a una oficina con puros hombres va con el
chisme a la comunidad y te enfrentas con otros
problemas.
Hay veces en las que se pregunta una si le sigue o no le
sigue, pero sientes el respaldo de las otras compañeras
y de la comunidad y dices «si me van a estar apoyando,
tenemos que continuar». Hemos trabajado mucho la
violencia de género, porque a algunas compañeras les ha
tocado recibir golpes de los hombres porque no llegan a
tiempo a casa, porque se tardaron dos o tres días.
Tenemos que empezar desde ahí, que entiendan que no es
ir a una fiesta, sino a buscar maneras de que se nos
reconozca y se nos respete.
También nos han tocado casos de que nos preguntan para
qué queremos todos esos pinos si tenemos muchos, si
cuando nos muramos no nos los vamos a llevar. No nos los
vamos a llevar pero son los que nos ayudan a mantener
buenas nuestras tierras, a tener agua, ahí seguirán
nuestros hijos y nuestros nietos, no es para nosotros.
Nos hemos fijado que muchas veces desde fuera a todo le
ponen precio, hasta a una piedra.
Estamos defendiendo el territorio porque nos talaron
todo. Llevamos cuatro años en la lucha y estamos
recuperando esa parte y haciendo trabajos comunitarios,
plantando árboles. No se nos paga el trabajo, pero el
trabajo es para la comunidad.
Es complicado y no todas las mujeres nos animamos a esa
lucha, muchas veces dicen que es cosa que tienen que
hacer los hombres, pero no. Muchas veces somos las
mujeres las que tenemos que enfrentar esas cosas. Ellos
están apoyándonos, pero no dicen que irán a tomar las
capacitaciones. Nosotras lo compartimos.
Muchas veces para el transporte batallamos, las que
tenemos hijos los tenemos que dejar solos en las
comunidades, a veces hasta una semana. Es la
preocupación de saber qué está pasando en la comunidad,
y son cosas que también desaniman a otras. Pero ver a
las mujeres que hay en otros lugares nos da fuerza, y
decimos que si ellas pueden nosotras también.
Compartimos conocimientos y las luchas que han seguido
muchas mujeres decimos que si ellas pueden nosotras
ráramuri por qué no podemos hacerlo también.
La potente voz de las anfitrionas da paso a una cadena
de testimonios sobre la vida de la mujer indígena en
otras geografías. El encuentro se convierte en un espejo
que las fortalece.
De la tribu yaqui, procedente de la comunidad Loma de
Bácum, se escucha esta historia de violencia, amenazas y
fortalezas:
Para nosotras como mujeres de la tribu yaqui, cuando
decidimos tomar acción en la defensa del territorio
implicó compromiso pero también la responsabilidad de no
dejar la lucha tirada. Si iniciamos algo no podíamos
dejarlo. Hubo violencia, hubo desprestigio, tuvimos
amenazas y los hombres nos señalaban. Decían a los
medios que éramos cinco mujeres argüenderas y que no
pasaba nada, que sólo queríamos llamar la atención. Pero
nada de lo que queríamos decir como mujeres en la lucha
ni tampoco de nuestra autoridad tradicional salía en los
medios.
Decidimos usar toda la información que ellos pusieron en
los medios de comunicación contra nosotras, y con las
herramientas de Marabunta Filmadora hicimos un pequeño
video. Así pudimos parar de alguna manera el
desprestigio y lo que estaban diciendo. Hicieron ellos
videos en contra nuestra diciendo que teníamos nexos con
el narco y que por eso no queríamos que pasaran el
gasoducto por ahí.
Teníamos un poco de temor porque algunos hombres nos
habían enviado mensajes de que si no salíamos de la
lucha nos iban a violar. Pero algunas mujeres empezaron
a decir «ah, pero yo quiero que me viole ese», y los
hombres dejaron de decirnos eso. Nos querían amedrentar.
Había cinco mujeres principales, pero habías más atrás
de nosotras y ellas fueron las que dijeron «si las
quieren violar, a mí también, y quiero que sea este», y
pararon con eso ellos.
Fue usar todo lo que decían ellos y convertirlo de
alguna manera en positivo. Tuvimos que demostrar con
pruebas y videos a los que apoyaban que pasara el
gasoducto por nuestro territorio, que eran la mayoría,
lo que ellos nomás rechazaban con palabras. Lo hicimos
en apoyo a nuestra autoridad. Antes ya estábamos en las
asambleas, pero no nos preguntaban nuestra opinión. Eso
lo logramos.
Y aquí la voz de la mujer nahua de Tlaola, Puebla,
defensora de sus derechos y constructora de
alternativas. El racismo y el machismo versus el trabajo
comunitario.
A mí me daba muchísima vergüenza asumirme indígena, yo
decía que no lo era. Sufrí violencia por mi color de
piel, por mi tamaño, por la manera en la que hablaba.
Pero tuve el privilegio de que gracias a todo lo que
hizo mi mamá pude estudiar una carrera universitaria y
me fui a la ciudad, y ahí me sentí perdida, porque no
sabía quién era. En ese momento dignifiqué a mi mamá y
su lucha, abracé todo ese dolor.
Hemos trabajado a nivel familiar todos esos dolores que
nos tocó vivir como mujeres indígenas y como mujeres que
hacen cosas diferentes y a que al pueblo le enoja
muchísimo. Los hace sentir mucha furia que unas mujeres
indígenas, una «indias ignorantes», estén trabajando un
montón de cosas en la comunidad. Es una violencia para
la que muchas veces las mujeres indígenas no estamos
preparadas. Por eso tenemos que sanar, porque esa
violencia es avasalladora y por eso muchas mujeres
abandonan la lucha.
Entendí que el hecho de que yo estuviera en la
universidad era gracias a que mi mamá me dejó unos días
para irse a su taller y a sus pláticas sobre derechos.
Ella siempre decía que estaba abriendo camino para las
que venían atrás de ella, y yo iba atrás de ella. Ella
tiene claro que hay muchas cosas de las que ha soñado
que ya no va a ver ni a disfrutar, pero siente mucha paz
consigo misma de que lo que hizo en la comunidad en el
futuro valdrá la pena.
Para todas las mujeres que defendemos y trabajamos de
manera comunitaria esto no es algo que hagamos para
nosotras mismas. Aprendimos que es nuestra
responsabilidad el cuidado, y llevamos ese cuidado no
sólo a la familia, sino también a la comunidad. Es un
cuidado colectivo. Hemos creado muchos procesos que van
liderados por mujeres, pero no es que ahora queramos ser
las nuevas caciques de Tlaola o ser las nuevas ricas o
las que decimos «muerte a los machos». No queremos
mandar, sólo queremos un poco de justicia y que ellos
tengan un poco de conciencia.
Las mujeres mayas de la Península de Yucatán hablan de
la vida y su defensa, de la discriminación, del
autocuidado y de la identidad
Para nosotras es importante reforzar los derechos porque
da a paso a entender por qué necesitamos defender el
territorio. En el caso de nosotras, somos puras mujeres
indígenas, algunas somos neurodivergentes y hemos
sufrido algún tipo de violencia, discriminación, abuso y
violación. Todo esto nos une y nos hace discutir si el
feminismo o la sororidad va con nuestro contexto y
nuestra forma de ver la vida.
Nos dimos cuenta de que teníamos reconocer que nos
faltaba muchísimo por sanar para defender a otras
mujeres. Porque si vamos a defender a otras mujeres y no
hemos sanado ni analizado lo nuestro, terminamos
muchísimo peor emocional y físicamente. No podemos
maternar a todas las mujeres ni salvarlas. Es importante
poner límites en nuestro trabajo y en el autocuidado en
el sentido político. Hemos tenido reuniones con el
gobierno y a veces tardan un montón de horas, y
comprendimos que nos quieren cansadas para que ya no
sigamos luchan ni participando en espacios políticos.
Nosotras también usamos nuestra vestimenta, que es el
hipil, y lo hacemos en el sentido político, porque eso
nos visibiliza en una forma en la que reconocemos
nuestra identidad y la herencia de nuestras ancestras.
Eso hace que las niñas y las juventudes nos vean como un
referente de que también se puede ser profesional,
indígena y luchar por algo vistiendo tu vestimenta,
reforzando tu identidad y tu lengua.
Del pueblo maya quiché, se escucha la voz de la mujer
que lucha, no sin dolores, y que asume que hay que
cambiar, aprender y transformar.
Defender el territorio como mujer implica muchas
emociones y necesidades. Ser una mujer maya quiché,
asumir espacios de organización o de esto que le dicen
liderazgo, ser cabeza a veces para abrir brechas y
empezar procesos, implica de nosotras mucha energía y
mucha tenacidad.
Ha implicado bastante violencia, en la casa para
empezar. Los primeros espacios donde limitan tu quehacer
están en la propia familia, en las comunidades, diciendo
que estas cosas no son para que las hagan las mujeres. A
mí me han dicho que debería estar mejor aprendiendo a
cocinar y no estar molestando con mis preguntas.
Ha sido un proceso de fortalecernos entre otras mujeres
que estamos avanzando y nos preguntamos muchas cosas
sobre los roles impuestos en nuestras casas y en la
comunidad. Ha sido revelarnos de ciertas formas y marcar
límites en espacios de organización comunitaria, invitar
a la reflexión a los compañeros y compañeras sobre las
formas en las que nos tratamos y reproducimos
violencias.
En los últimos años ha sido un proceso de sanación
política, por ser una mujer maya que ha decidido y
optado por un proceso de justicia con sus propias manos,
en medio de vivir en un estado capturado por mafias y
grupos violentos. Es encontrarnos con las abuelas, con
la sanación, con el fuego, con la espiritualidad, como
un sostén político importante de nuestro quehacer.
En este tiempo de violencia patriarcal, de este momento
de despojo del territorio, sanarnos es hacernos
justicia. Es poder ayudarnos a levantarnos y tomar
energía de la tierra para caminar y abrazarnos con otras
mujeres. No existimos en la individualidad, somos
posibles y somos resultado de las luchas de otras que
avanzaron un montón antes que nosotras para abrir
brechas que nosotras tenemos que ensanchar, para que más
vengan, para que las más niñas participen y tengan
oportunidad de hacer preguntas.
Para mí ha sido una alegre rebeldía ser una mujer maya
quiché, pero esto ha venido acompañado de una serie de
aprendizajes que varias veces han tenido que pasar por
situaciones duras para poder cambiar, aprender,
transformar.
Y desde la Sierra Sur de Oaxaca, llegó la voz chontal
que habla de autonomía, libre determinación, derechos y,
también, de la doble lucha que tienen que enfrentar como
mujeres.
Para las mujeres chontales en la Sierra Sur de Oaxaca,
defender el territorio tiene que ser por el sentido de
pertenencia que se tiene con la tierra, con la montaña,
con ser parte de esa comunidad. Partiendo de ahí, de la
relación que tenemos las mujeres con nuestra comunidad y
la raíz de donde nacemos, el territorio es algo que
nadie nos puede quitar ni negar, ni los hombres tienen
derecho a decirnos que no podemos sentir eso con la
Madre Tierra, con los ríos, con la montaña, con el aire
o con los animales.
Esto podemos traducirlo al otro derecho reconocido de la
libre determinación, y que esto se lleva a la autonomía
de cómo cada comunidad, no sólo cada pueblo, ejerce su
autonomía a través de las instancias e instituciones. Es
cómo se vive y cómo se hace que las mujeres podamos
decir que esto es nuestro, de aquí somos y lo vamos a
defender.
Desde la chontal estamos convencidas de que somos parte
desde dos luchas, la lucha que se libra al interior de
la comunidad como mujeres, y la lucha que libramos allá
afuera frente al Estado y las instituciones. Librar esta
lucha al interior de las comunidades en un contexto en
el que las mujeres tenemos una condición desigual trae
muchas implicaciones, como la violencia en todas sus
modalidades, la ausencia del derecho a tener una
titularidad sobre la tierra comunal y a ser parte de
ella, a heredar en la práctica comunitaria la tierra, a
tener voz y voto en las asambleas comunitarias tanto
municipales como agrarias.
En ese contexto también a las mujeres nos toca la mayor
parte del cuidado y de la crianza, de todo lo que hay en
la vida comunitaria. En las comunidades chontales,
cuando se habla del proceso ya más regional de defensa
del territorio frente a un proyecto minero, a las
mujeres les atraviesa la pregunta «¿qué es eso de la
minería?, ¿por qué hablan de extractivismo?, ¿por qué
hablan de despojo?».
Hablan de que tenemos derecho a la libre
autodeterminación, a la autonomía, que tenemos derechos
como pueblos. Preguntan qué va a pasar, si nos vamos a
quedar sin agua, qué significa eso, que tenemos que
defendernos e interponer un amparo. Eso para las mujeres
implica hacer frente a todas esas violencias pero
también a aprender otros conceptos, otra información.
Es aprender qué significa extractivismo, qué dicen las
legislaciones en relación con los derechos de los
pueblos indígenas, dónde se interpone un amparo, tomar
el micrófono para dar una palabra y exigir, pararse
frente a un juez, estar en una audiencia. Todo esto
forma parte de la defensa del territorio para las
compañeras, aprender estas herramientas y echar mano de
todo lo que hay.
También es librar la lucha interiormente como mujeres,
nuestras inseguridades y miedos, cómo vamos a negociar
con nuestros compañeros y la asamblea para salir de la
comunidad, de nuestras casas, cómo le haremos con los
nenes. Implica muchas tareas. Recuerdo que cuando
interpusimos el juicio de amparo hubo compañeras que
tuvieron que ir con sus bebés a las audiencias, porque
también estaban librando otras luchas para el
reconocimiento de sus derechos agrarios y que pudieran
ser comuneras, tener voz y voto en la asamblea y ocupar
cargos comunitarios.
Se han creado algunas instancias al interior de la
comunidad, donde las mujeres tienen un papel de
coordinar y convocar a otras compañeras desde la
comunidad, y construir los derechos propios, más que
sólo tomar los que ya están colocados en las
legislaciones nacionales e internacionales. Desde las
mujeres se empiezan a crear estos derechos propios
basados en cómo queremos que se nos reconozca, que se
nos respete en la comunidad.
Esto ha implicado abrir un costalito en el que se han
dejado ver muchas cosas. Cada compañera se ha ido
descubriendo en la capacidad y en la potencialidad que
tiene con relación a cómo coordinar una asamblea, tomar
fotografías, hacer videos, presentarse ante una
instancia para exigir sus derechos.
*Encuentro convocado por el Fondo Christensen, en la
Sierra Tarahumara, junio de 2023. |