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Desinformémonos
Gloria Muñoz Ramírez
5 julio 2023 0
Creel, Chihuahua. Se llama Todoslosantos Villalobos,
pero todos la conocen como Tere. Es originaria de la
comunidad de San Ignacio de Arareko, en la sierra
Tarahumara. Desde muy joven, casi adolescente, se
dedica a acompañar y a escuchar a las mujeres
rarámuri, como ella. Actualmente es coordinadora de
la Casa de la Mujer Indígena en Situación de
Violencia, con sede en Creel.
Tere empezó como promotora en el programa de Salud y
Nutrición, a los 15 años. Y a lo largo de más de 30
años se ha formado y ha recorrido parte de la sierra
acompañando casos de violencia de género dentro de
las comunidades o ejercida por los mestizos contra
ellas. El caso más emblemático es el de la violación
de un profesor mestizo a once niñas rarámuri de
entre siete y ocho años de edad, en la comunidad de
San Ignacio en 2015.
El proceso de las niñas terminó en enero de 2019 con
una sentencia de 83 años de prisión para el
violador. Tere acompañó a las víctimas y a sus
familias en su terapia psicológica, con el médico
legista y en el resto de su recuperación. “El
profesor ya había abusado de ellas en segundo o
tercero de kinder. Lo bueno fue que una de las niñas
habló y puso en alerta a todos”.
Este caso también puso en evidencia las distintas
violencias institucionales que se ejercen contra las
mujeres indígenas. “Cuando se supo”, recuerda Tere,
los supervisores, los jefes de zona, toda una cadena
de hombres no querían aceptar que esto había pasado
eso en la escuela. Las mamás sí querían que se
supiera porque tenía que castigarse y tenían que
darse cuenta que el profesor estaba amenazando a las
familias y traía muchos testigos a su favor. Hubo
gente de la comunidad y mismos familiares de las
víctimas que declararon a favor del profesor.
Incluso un presidente seccional dijo que las niñas
rarámuri desde chiquitas somos violadas y que nos
violan cuidando chivas. Así es muy difícil, todo el
mundo cree que las mujeres estamos para que nos
violen, y es peor con mujeres indígenas porque
piensan que así nos deben de tratar porque no
sentimos nada. Es una idea que todavía está”.
La entrevista se realiza en su tienda de ropa
artesanal Kari Rarámuri, en el centro de la ciudad
de Creel.
– ¿Cómo iniciaste en este camino?
En la comunidad había varios jóvenes que venían de
diferentes lugares y prestaban sus servicios. Las
dos personas que se quedaron hasta el final venían
de la Ciudad de México, uno era dentista y otra era
abogada. Ella formó grupos de promotores de salud en
la comunidad de Gonogochi. Luego abarcaron la parte
del centro, en San Ignacio y ahí invitaron a las
promotoras que ya se habían formado para ser las
promotoras de la comunidad. Éramos poquitas, como
unas cuatro o cinco mujeres. Nos daban los talleres
afuera del templo, donde está el campanario. Se
ponían las hojas de papel portafolio y nos daban las
clases, todo sobre cómo tomar la presión, cómo
inyectar, todo lo de salud, y después sobre
planificación familiar.
La planificación familiar fue algo que siempre me
llamó mucho la atención, porque pensaba que si había
tantos métodos anticonceptivos para las mujeres, por
qué entonces las mujeres tenían tantos hijos, siete,
nueve, diez o doce. Yo no tenía hijos en ese tiempo,
pero me tocó ver a mujeres que ya tenían muchos y
que fallecían en el parto, que se les quedaba la
placenta dentro del útero.
Me gustaba poner inyecciones para planificar la
familia. Sabiendo que las mujeres que no sabemos
leer ni escribir difícilmente íbamos a saber en qué
día nos tocaba una píldora, lo que yo decía era que
la opción era la inyección cada dos meses, y eso
hacía.
– ¿Y costaba trabajo que aceptaran la planificación
en las comunidades?
Era muy difícil en aquel tiempo, porque en nuestra
cultura siempre se ha dicho que porque somos mujeres
debemos tener todos los hijos que Dios nos manda.
Pero poco a poco las mujeres han ido conociendo y
han escuchado las pláticas que les dábamos en
rarámuri cada mes.
Los hombres recibían mal lo de la planificación.
Cuando estábamos de promotoras de salud, nosotras
éramos las locas que les dábamos malos consejos a
las mujeres. Pero nunca nos agredieron. Recuerdo un
día que se leyó un documento de las promotoras para
cerrar las cantinas de Creel para que no vendieran
tequila en la noche. Firmamos ese documento y las
autoridades comunitarias dijeron a los hombres que
llamaran la atención a sus mujeres, las que éramos
promotoras de salud, porque andábamos firmando
papeles.
Hicimos ese documento porque trabajando en salud y
nutrición nos dimos cuenta de que los niños y las
niñas más desnutridas eran hijos de padres
alcohólicos. Decidimos hacer algo, buscar de
diferentes maneras devcómo sacar el alcoholismo,
porque además traía violencia. Me molesta mucho
cuando las mujeres dicen «solamente borracho me
golpea», porque eso no deja de ser violencia.
Nos vieron mal por mucho tiempo. Fui integrante de
una SSS (Sociedad de Solidaridad Social) de la
comunidad, conformada por las mismas mujeres de la
comunidad. Ahí había salud y nutrición, tiendas de
artesanía, talleres. Como fui integrante de Kari
Igomari Niwara («La casa de las mujeres»), al papá
de mis hijos los hombres de la comunidad le decían
que él era mujer. Pero ahora cuento con el apoyo de
él. Me ha acompañado en este largo caminar de ir y
venir acompañando a las mujeres, de visitar las
comunidades de los alrededores.
– ¿Qué es lo que haz aprendido en este largo caminar
en la defensa de los derechos de las mujeres?
Cuando me hice promotora fui identificando más
problemas en las comunidades, no sólo en la mía. He
acompañado a mujeres de Panalachi, de San Luis de
Majimachi, de Tayarachi, que es más lejano, de
Samachique, varias mujeres del municipio de Urique y
de Carichí. Asociaciones civiles de Guachochi me han
invitado a dar pláticas sobre violencia y derechos
de las mujeres, que es algo de lo que poco se habla.
En general los derechos de las mujeres son un tema
de los que nunca nos han hablado, que tenemos el
derecho a vivir una vida libre de violencia, a tener
salud, a tener educación, a decidir por mi
territorio, a decidir cuántos hijos quiero tener o
si me quiero casar o no, a tener voz y voto en una
comunidad. Todos esos derechos nadie nos los ha
dicho, pero yo los he buscado y me gusta llevarlos a
las comunidades. No es lo mismo que lleve yo esos
derechos a que los lleve una mestiza (chabochi) en
otra lengua.
– ¿Cómo era o es la vida de las mujeres en tu
comunidad? ¿Cómo era la tuya en tu casa?
Crecí en una familia en la que a mi mamá la
golpeaban y la tomaban a la fuerza. Yo lo vi y lo
viví, veía cómo violentaban a mi mamá y ella no
podía ser libre. Ella para poder sonreír, bailar y
cantar tenía que embrutecerse, emborracharse para
tener el valor para hacer lo que quería. Al ver todo
eso me pregunté por qué pasaba, si teníamos todos
esos derechos.
Yo soy la mayor de ocho hermanos. Me salí de la casa
a los 14 años, a lo mejor en aquel tiempo era algo
para ser libre, pero no tan libre porque salirte
adolescente de la casa e irte a convivir con chavos
era lo peor. No tenías el derecho a tener amistades
o novios, y tener relaciones sexuales estaba
prohibido. Pero a esa edad nos han casado, a los
doce años hay niñas que ya las casaron. Se
acostumbran esos tratos en las familias.
Me fui y duré un rato sola, regresé tiempo después y
agarré mis cosas. Me fui con alguien que conocí. Me
invitó a ir a su casa, pero tiempo después me dijo
que su hermano le dijo que me agarrara y que me
aventara otra vez.
No sé de dónde me salió quedarme, pero me quedé. Un
hombre que está viendo una chica adolescente afuera
de la casa, lo primero que se imagina es que está
buscando vato, y es por eso que el hermano le dice
«cógetela». Pero ellos no sabían con quién se
topaban y desde entonces vivo dentro de esa familia.
Él es el mismo con el que estoy ahorita.
Siempre peleo mucho, pensaba que por qué tenía que
educar a otro vato que nada tenía que ver conmigo.
Pero dije que me iba a quedar con él y poco a poco
fuimos aprendiendo juntos. Fue un hombre violento.
Tiempo después de que conocí los derechos de las
mujeres, para él era muy fuerte que yo le dijera que
me estaba violentando, que me estaba golpeando. Que
le digas eso a los hombres es peor porque les estás
quitando ser machos, y entonces se ponen más
agresivos.
Ahora que acompaño a las mujeres les digo que yo lo
sé. Así los criaron a ellos y es bien difícil que
cambien, o te dejan o o te avientan o te botan. Pero
creo que él cambió, dejó de tomar. La última vez que
me metió una friega no me esperé, y mis hijos lo
sabían. Ellos siempre escuchando que no debe
violentarse a las mujeres.
– ¿Qué implica para una mujer indígena estar
haciendo el trabajo de concientización dentro y
fuera de su casa?
Tengo como 23 años saliendo de la casa. El más chico
de mis hijos tiene 26 años. Yo salía tanto tanto que
una vez llegó mi papá a mi casa y cuidó a mi niña,
que tenía temperatura. Mi papá se molestó mucho y le
dijo a mi pareja que si no era hombre para ponerme
en mi lugar, que qué andaba haciendo a esas horas de
la noche afuera de la casa. Eso me lo dijo la misma
tarde, pero no contaba yo con que después de decirle
eso se iba a embrutecer y me iba a meter una friega.
Cuando me metió la friega, me armé de valor y dije
«no, esto no puede pasar y menos que mi papá le esté
dando estos consejos al papá de mis hijos». Mi hijo
se fue corriendo a un lugar donde había un teléfono
satelital y llegaron los policías judiciales. Le
metieron una paliza y le golpearon el estómago. Si
él hubiera conocido sus derechos y yo hubiera
trabajado en la rama penal, pues yo hubiera dicho
que lo estaban violentando, pero en ese momento era
proteger mi integridad.
Se lo llevaron y tuve miedo, porque pensaba que
cuando saliera me iba a matar. Pero no, al señor
entonces creo que se le quitó lo machito y dejó de
tomar. Ha cambiado bastante.
– ¿Y cómo se da tu acercamiento a las instituciones?
Todo empezó cuando acompañé a una mujer víctima a la
Fiscalía en el 2000. Siempre que encontraba un
problema, observando que era una violación de
derechos humanos, venía a la oficina del Padre Pato
(el sacerdote jesuita Javier Ávila, quien tiene 49
años trabajando en la Tarahumara) y le decía que en
tal parte había sucedido algo y que a dónde debía de
ir. El Padre Pato me decía qué hacer. Regularmente
eran mujeres golpeadas y niñas violadas.
Esto ha sido algo bien difícil, porque cuando empecé
a canalizar todos los delitos de género, se
levantaba la denuncia, pero como yo no sabía nada de
lo jurídico. Luego tomé un diplomado sobre el Código
Nacional de Procedimientos Penales para conocer más.
Cuando puse una denuncia, pensé que la carpeta de
investigación se mandaba a Cuauhtémoc y que de allá
ya se iba a detener al agresor.
Así llevé muchos casos de delitos de género a la
Fiscalía de Distrito y traía mis anotaciones.
Documentaba todo, en qué fecha acompañé a tal
víctima. Pasan los años y en 2015 vino un caso muy
fuerte de la comunidad: en San Ignacio violaron a
once menores de entre siete y ocho años, un profesor
mestizo.
Acompañé en todo el proceso y el Padre Pato me dijo
que si quería trabajar en una institución, en la
oficina del Centro de Atención a la Violencia contra
las Mujeres (Cavim), del Instituto Chihuahuense de
las Mujeres. Para mí era algo que nunca quise porque
no sé usar una computadora y muchas otras cosas. Y
como rarámuri no estamos acostumbradas a estar
encerradas en horario de nueve a tres, para mí eso
era un castigo. Le dije que no quería.
Después de que rechacé el trabajo me quedé dos años
como intérprete en el Cavim de Creel. Yo acompañaba
a las mujeres que no hablaban español. De hecho
ahorita no hay intérprete en ninguna Fiscalía, ni en
la especializada ni en la de Distrito. Yo voy como
voluntaria porque llegan las mujeres a mi casa y las
acompaño.
Me cambiaron a la Coordinación de la Casa de la
Mujer en Situación de Violencia, un refugio que es
parte del Instituto en Creel y ahí me quedé hasta el
2022. Cuando llegó una nueva administración me
bajaron a intérprete de nuevo. Fue algo difícil para
mí. Los partidos políticos, los gobiernos, todo lo
que se hace en el mundo mestizo, no nos deben de
meter a los indígenas, pero somos a los que nos
traen en camionetas y nos acarrean para venir a
votar.
Yo no quería que en ese momento, cuando fue el
cambio de administración, me vieran como que era de
un partido, pues no quiero pertenecer ni pertenezco
a ninguno. Estoy trabajando como intérprete o como
coordinadora de una institución de gobierno, pero me
pagan para apoyar a las mujeres, darles asesoría,
acompañarlas, escucharlas y canalizarlas a donde
corresponde, que sean atendidas como realmente
debieron haberlas atendido desde hace muchos años,
porque he visto cómo nos tratan. Nos citan y nos
mandan de nuevo al día siguiente, nos ponen letreros
que luego ni sabemos leer.
Soy una mujer rarámuri y aquí voy a permanecer y a
apoyar con lo que me pidan, y entonces me quedé como
intérprete de enero del 2021 al 7 de julio del 2022.
Después me marcaron de las oficinas centrales para
llamarme de nuevo a la Coordinación y es donde estoy
de nuevo, en la Casa de la Mujer Indígena en
Situación de Violencia, con base en Creel.
En ese refugio hemos atendido mujeres de los
municipios de Bocoyna, Urique, Guachochi y Carichí.
Son muchas comunidades que hemos atendido. Me he
encontrado mucha violación, mucha violencia
familiar, violencia psicológica, porque los hombres
las hacen sentir menos y les dicen que no valen, que
son unas putas, que están bien feas, que no tienen
tierras y si los dejan ya no serán nada sin ellos.
– Cómo es una jornada, un día, de una mujer rarámuri
en su comunidad
En las comunidades una mujer rarámuri se levanta muy
temprano, a las cinco de la mañana, a poner lumbre,
acarrear agua, hacer tortillas, dejarles el desayuno
listo a sus hijos y al marido. Creo que ahí queda
poquito de aprender y decir «ya no» al marido, «tú
también te puedes servir y hacer tortillas y
ayudarme a acarrear agua».
Se acostumbra llevar a la niñez a la primaria, pero
antes no. Antes era levantarte, desayunar e irte a
cuidar las cabras, ordeñar las vacas, sacarlas a
pastear y regresar al medio día para darle de comer
a tu familia, y seguir cuidando los animales, pero
también atender la parcela. En los hechos las
mujeres no tienen derecho a la tierra, pero sí la
trabajan.
Los títulos ejidatarios son de los hombres. Han
llegado algunas mujeres a tener título ejidal porque
enviudaron, pero todavía ocurre que como enviudaste
pero te fuiste con otro marido no te dejan el título
y te hacen darlo a un hijo tuyo, pero tiene que ser
hombre. Si rehaces tu vida te quitan ese derecho.
Cuando anochece tienes que hacer la cena. Si te
levantas muy temprano, tienes que hacer el esquite
para el pinole o dejar listo el izquiate, que es el
maíz tostado molido en agua y se utiliza mucho en
este tiempo de calor. Se lleva a la parcela a veces,
pero con el calor se calienta.
– Las casas de cada familia son muy pequeñas….
– Sí, la casa es un espacio tan pequeño, y ahí es
donde ocurre la violencia y se convive con ella. Es
algo que a mí no me gustó nunca y no lo quise seguir
viendo. Quise irme de la casa por eso. Me sentía
enojada con mi mamá por permitirlo. Pensaba que si
la estaba lastimando por qué seguía con él, por qué
le hablaba tan bonito. Pero detrás de todo eso
estaba el desconocimiento de que es un círculo de
violencia y a veces te amagan, te violentan o te
amenazan si los dejas. O te dicen cosas bonitas.
– ¿De qué manera las rarámuri viven la violencia del
crimen organizado?
Las mujeres rarámuri vivimos esa violencia de
distintas maneras. Nuestra niñez, nuestros jóvenes,
se están metiendo en estos problemas. Yo no sé si
los jóvenes quieren estar ahí, pero los veo metidos.
Es muy triste, porque al final de cuentas ya no son
ellos y ya no son rarámuri, porque el rarámuri no
utilizaba armas ni se drogaba.
Ahora se meten drogas, marihuana, cristal,
fentanilo. Reclutan a muchos jóvenes para
llevárselas a otros estados. Tuve un caso de una
chica que la reclutaron y se la llevaron. Hay trata
de mujeres indígenas, adolescentes, pero no sé a
dónde se las llevan a trabajar.
Para las familiases algo muy difícil. Piensan qué
pueden hacer ellas. El miedo de qué les van a hacer
lo hace muy difícil.
– ¿Cómo participan las rarámuri en las protestas
contra la violencia, del día de la mujer?
Creo que como comunidad indígena todavía no nos
queda clara la violencia, si son delitos de género,
si es violencia del crimen organizado. Hemos acudido
a las marchas pero porque las organizan las mujeres
mestizas o las instituciones y centros de salud.
No creo ni veo que algún día nosotras solitas nos
autoconvoquemos. Siempre nos han impuesto las cosas.
Yo he ido a la marcha del 8 de marzo. Escuchar el
grito, el reclamo, me contagia y me lleno de
adrenalina y quiero salir corriendo también. Yo
misma me pregunto de qué estoy hecha, de qué me
hicieron, porque me siento desesperada. Un año quise
ir y no pude y para mí fue muy fuerte.
– Cuéntanos de tu trabajo de difusión en Anema
Estoy en la Red Anema («ruido», «hacer que se
escuche», en rarámuri) desde el 2022. El 15 de julio
me invitaron a dar una plática sobre los derechos de
las mujeres. Es una asociación civil que se llama
Siné Comunarr, y de ahí salieron compañeras para
hacer un colectivo con perspectiva de género.
Empezamos dando talleres en diferentes comunidades
sobre delitos de género y los tipos de violencia,
sobre los derechos de las mujeres indígenas, o
simplemente para escuchar. En el 2022 nos propusimos
trabajar los diferentes temas durante un año y
medio, desde marzo hasta abril de este año, a través
de spots de radio en rarámuri, en español y en otros
idiomas para otros pueblos no sólo de México sino
también de otros países.
Los spots se están escuchando en una estación de
radio de Guachochi, en la XETAR. Es hablar de los
territorios, los derechos de la niñez, mi cuerpo –
mi territorio. Siné Comunarr puso el recurso para
pagarle a la estación de radio local y que se
transmitieran los spots cuatro veces por día.
La estación local tiene mucha cobertura, porque no
es tanto de noticias, sino de música. Entre todo
esto se escuchan los spots, y tienen muchos watts de
potencia. Ya no se escuchan las demás estaciones,
pero esta sí porque es la que entra hasta el
barranco. Por eso se decidió que ahí se transmitiera
la información.
Dejamos de hacer talleres porque es complicado ir a
las comunidades lejanas. Nos propusimos visitar tres
comunidades, las más cercanas: Huetosacachi, San
Ignacio y Majimachi. En estas comunidades no es
difícil dar los talleres, además de que ya me
conocen.
Ya no me miran mal, eso fue cuando hablábamos de
planificación familiar y empoderábamos a las
mujeres. Fue en mi comunidad eso. En todo lo que
estoy actualmente sólo una persona me violentó
porque su nieto había violado una mujer y él estaba
molesto porque se lo llevaron al reclusorio.
– ¿Cómo es el hombre rarámuri?
El hombre rarámuri puede ser violento con la misma
comunidad, con sus esposas, pero el hombre machito
rarámuri no te hará nada como mujer mestiza. Así de
cobardes son, por eso les digo a las de aquí que no
les pasará nada. Es difícil hacer entender al mundo
mestizo lo que es ser mujer rarámuri, cómo es el
hombre rarámuri en la comunidad, cómo se convive.
Ojalá que muchas personas se interesaran en conocer
cuál es la jornada diaria de una mujer rarámuri, qué
hace, cómo le gusta que la escuchen cuando viene a
recibir un servicio a una Fiscalía o un hospital.
Además de la violencia patriarcal, está el racismo y
la discriminación, que son otras violencias. ¿En
dónde nos dejan a las mujeres indígenas?
– ¿Cómo se vive el racismo?
Aquí las adolescentes o los jóvenes ya conocen
muchos de estos derechos, pero si te vas a una
ciudad claro que vas a vivir racismo. A las mujeres
indígenas les regatean sus artesanías, no les dan
valor sólo porque venden en el piso. ¿Por qué cuando
entran a un Oxxo no dicen si se los pueden dar más
barato?
Cuando vas a un hospital te discriminan las mismas
enfermeras, ni siquiera te explican lo que te harán.
Recuerdo un caso en el que llegó una mujer y le
pusieron el termómetro de pistolita en la frente,
siendo que es una mujer que viene del barranco donde
hay violencia y nunca había visto ese tipo de cosas.
Claro que se hizo para atrás porque se espantó.
Me tocó estar en un Parlamento de Mujeres Indígenas
para que hubiera la iniciativa de que todo lo que
tuviera que ver con perspectiva de género, asuntos
indígenas y delitos de género, fuera acompañado por
un intérprete dependiendo del género. Que seas
acompañada por tu abogada, tu defensora, una
intérprete que conozca de las raíces, la cultura, la
lengua. Pero esto en ningún lado se está viendo y
nadie lo quiere hacer.
Esto es discriminación. Ya vienes con la violencia
de casa y de la comunidad, donde te dicen que tienes
la culpa y te lo buscaste, y todavía llegas a un
hospital o una Fiscalía por un servicio y te dejan
sentada, no te atienden. Te violan los derechos por
no ponerte una intérprete y no preguntarte en tu
lengua materna. ¿Cómo sabes siendo mestizo que yo
quiero responderte en rarámuri o en español si ni
siquiera me preguntas?
Ellos dicen que en la ley no viene que es un derecho
tener intérprete, que lo que dice es que sólo es
derecho cuando no sabe hablar español. Pero sí hay
un artículo que dice que siendo de un pueblo
originario tienes derecho a un intérprete, que es
distinto a un traductor. Son mundos diferentes.
Para ser intérprete tienes que conocer los usos y
costumbres, la raíz, el sentir, cómo ves a la mujer,
si quiere declarar o si ves que no. Se acostumbra
mucho que agarran cualquier intérprete, aguien que
anda barriendo, que no sabe hablar 100 por ciento
rarámuri, y nada más porque ven que es indígena lo
agarran.
Un compañero me dijo que todos los intérpretes
deberían tener lineamientos, las fechas que se
manejan en las comunidades, como sus fiestas y
celebraciones. Así hemos sacado muchas carpetas de
investigación, sacando las fechas con los festejos
de la comunidad.
– Cómo nace esta tienda de ropa rarámuri y artesanía
Esta tienda tiene desde el 2000. En Kari Igomari
Niwara, en la comunidad, teníamos un proyecto de
educación, una primaria, un preescolar, dos tiendas
de abarrotes y una tienda de artesanías. Primero
estábamos en la placita para vender, pero luego no
compraban porque las cosas se ensucian o se ponen de
otro color eso les quita valor.
La idea de poner la tienda aquí era ganar el precio
justo. «Yo lo hago, yo lo vendo y yo le pongo
precio». La mayoría de las rarámuri hacen su ropa.
Yo confecciono las blusas de manta para turistas.
Los de afuera (mestizos) compiten conmigo vendiendo
barato. Mi idea ha sido siempre que ojalá hubiera un
proyecto grandísimo para tener un centro de acopio
para que las mujeres ahí dejen su mercancía. Ojalá
el gobierno se interesara en las artesanas y dijera
que aquí vendiéramos directamente, sin
intermediarios.
La idea de los mestizos en Creel ha sido dejar a las
mujeres rarámuri vendiendo en sus tiendas, pero ésta
es la única tienda que es atendida por mujeres
rarámuri, y que además son las propietarias. Se
llama Kari Rarámuri. Tengo una socia que de aquí
depende su familia, de aquí también han dependido
mis hijas.
– Ya para finalizar, ¿te gustaría hablar de tus
hijos?
Tengo tres hijos, un joven de 31 años, él es
profesor en Cuauhtémoc, mi hija de 30 años es
profesora en Cuauhtémoc, y tengo un joven que está
estudiando Criminalogía también en Cuauhtémoc. Tengo
un nieto de 9 años y mi nieta que hoy cumple dos
años. Ellos son mi familia, mis papás, mis hermanas
y mis hermanos. Yo tengo 50 años.
– ¿Y eres feliz?
Yo sí soy feliz. Más feliz me siento cuando logro
darle resultados a una mujer que fue violentada, que
se judicializó la carpeta, que se sentenció tal
persona. Siempre traigo en mi mente que el otro
tiene que pagar, que a ella no le tienen que hacer
eso.
– ¿Cuál es tu sueño?
Mi sueño es seguir ayudando a las mujeres, dar
asesoría, capacitación. Mi sueño es que en todas
seamos respetadas, escuchadas, y que realmente haya
intérpretes.
Algo que he querido desde hace casi tres años es
hacer mi preparatoria. Todavía no lo logro, pero
estoy buscando. Quiero hacer una carrera. Me pongo a
ver mis años, pero pienso que qué tiene, que yo
quiero estudiar. He querido estudiar Antropología.
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