Publicado por El Salto
“El voto de Milei es
de clase trabajadora. Lo van a votar los conserjes de mi
edificio, el profe de fútbol de mi hijo, ayudantes del
canal. Es increíble”, comenta Mariano en charla informal
con El Salto. Es un periodista argentino con dos décadas
de experiencia en la política local y no acaba de
sorprenderle el nivel de popularidad que se ha granjeado
en los sectores más populares el precandidato a
presidente de La Libertad Avanza, la mayor novedad de
este primer match del proceso electoral para renovar la
Casa Rosada.
Mariano tiene razón en su sorpresa, que para ojos
europeos llevaría a la estupefacción, similar a cuando
ganó Donald Trump. Porque es llamativo escuchar a un
obrero que vote a Díaz Ayuso y que haya socialistas que
votan a la versión castiza del trumpismo, pero la
intensidad del fenómeno de Javier Milei rompe, como
suele ocurrir en la política argentina, con todos los
cánones.
El condimento principal de estas primarias abiertas y
simultáneas (PASO) de este domingo, más allá de la
extravagancia del neoliberal radical, es saber quién
ganará la candidatura en Juntos por el Cambio, la
coalición de varios partidos que van desde el
progresismo moderado hasta la centroderecha, con incluso
algunos peronistas, y que lucha por quitarse de encima
el fantasma de la peor herencia de Mauricio Macri y a la
vez definir cuál de sus dos almas conducirá el espacio:
si la más centrista de Horacio Rodríguez Larreta, o la
más confrontativa y de derechas de Patricia Bulrrich
(ambos precandidatos).
Por su parte, el kirchnerismo, en situación más alicaída
tras una gestión con datos económicos dignos para el
olvido, acabó pactando una candidatura de consensos
entre sus diferentes familias internas, llevando de
precandidato principal a Sergio Massa, un liberal en lo
económico y un dirigente muy vinculado al establishment.
Cuenta con el apoyo de la vicepresidenta Cristina
Kirchner y del presidente Alberto Fernández ya que es su
ministro de Economía y quien reordenó parcialmente el
desbarajuste económico (especialmente la crisis del
dólar).
La ultraderecha de las pampas
¿Por qué rompe los cánones Milei? El economista se jacta
de ser “anarco-capitalista”, de encarnar una derecha
“contra la casta” de políticos tradicionales, con un
discurso marcadamente hostil contra la izquierda y el
peronismo y todo lo que parezca moderado. “Soy liberal
libertario, filosóficamente minarquista. Creo en la
mínima expresión del Estado y que solo debe ocuparse de
seguridad y justicia”, solía repetir cuando se convirtió
en político hace dos años.
La Libertad Avanza hace unos meses llegó a capturar el
25 por ciento de la intención de voto pero se ha
desinflado y ahora estará entre el 17 y 19 por ciento
Antes de su debut electoral en 2021 (elegido diputado
por la circunscripción de la ciudad de Buenos Aires) fue
famoso por sus exabruptos televisivos, polemizando a los
gritos y con insultos despectivos, muchos de los cuales
rozaban el machismo y la discriminación. Basta con
googlear un poco para encontrar las barbaridades que
decía hace pocos años contra muchos políticos y colegas
economistas. También su estilo extravagante en las
declaraciones sobre su vida privada, como que practicaba
el sexo tántrico y pasaba meses sin eyacular o el
ventilar su traumática relación con los padres, lo hizo
hacerse más famoso de lo que un político tradicional (y
más sobrio) podría lograr en el mismo tiempo.
La Libertad Avanza hace unos meses llegó a capturar el
25 por ciento de la intención de voto pero se ha
desinflado y ahora estará entre el 17 y 19 por ciento.
Al igual que en España, la difusión de encuestas en
Argentina se ha convertido en un negocio sin escrúpulos
y son una herramienta más de campaña. Al no existir un
equivalente al CIS, se acaba haciendo un promedio
general y prestando atención a las que suelen
pronosticar con más rigurosidad.
Entre las propuestas de Milei, quien suele ser elogiado
en más de una oportunidad por Jiménez Losantos y es
mencionado a veces por Ayuso, aparecen el cierre del
Banco Central, la privatización de la educación, la
quita de todas las subvenciones y la dolarización total
de la economía argentina (sí, sustituir el peso por el
dólar en todas las transacciones en una economía del
tamaño de Madrid y Catalunya sumados). Básicamente, el
desmantelamiento del estado de bienestar.
Esta versión argentina de extrema derecha tiene una
peculiaridad que no comparte con el bolsonarismo o con
Vox y Meloni (por más que el diálogo político con el
expresidente brasileño y con los de Abascal es fluido).
La retórica de Milei y los suyos es profundamente anti-izquierda
pero es atea, no cuestiona los derechos LGBTI y no se
opone al aborto por motivos morales, sino porque
cuestiona que el Estado deba pagar por la interrupción
del embarazo.
Esto ha hecho que Milei no parezca rancio y casposo sino
que se catapulte como un ícono pop entre los jóvenes.
Según los sondeos, si las elecciones fueran solo con
votantes menores de 30 años, el economista obtendría el
35% de los sufragios, y si fuera sólo con ciudadanos
varones menores de 35 años, alcanzaría el 50%. Como con
Trump, su discurso mesiánico, agresivo y de apelación al
“romper todo” (una frase argentina muy coloquial que
significa barajar y dar de nuevo), causa estupor en
votantes conservadores tradicionales y demócratas pero
es aplaudido rabiosamente por una minoría que en su
mayoría no es ni de clase alta, ni mujer ni del interior
del país. Su voto es urbano, de clase media y
media-baja.
“Es llamativo que una buena parte del apoyo a Milei no
es ideológico, es profundamente antisistema. Las
encuestas muestran que en una posible segunda vuelta
presidencial, muchos de sus votantes no eligen otras
opciones que se acercan a la derecha más contundente,
como Bullrich. Es un voto que no se traslada y es muy
antisistema”, explica a El Salto el politólogo y
columnista argentino Pablo Winokur.
¿Cómo puede ser que en un país donde lo que ha
predominado hace un siglo es una visión estatista y
proteccionista de la economía, y que sufre hasta hoy las
consecuencias de la revolución neoliberal del peronista
Carlos Menem en los 90, esté por votar cerca del 20% a
alguien como Milei? Según Winokur, la respuesta debe ser
entendida en términos intergeneracionales.
“En los 90 ser rebelde en Argentina era estar en contra
del neoliberalismo, era ser de izquierda, y la derecha
era mala palabra. Toda la generación que no vivió tanto
los 90 ahora entiende que rebelarse es ser de derechas.
Ser de derecha dejó de ser mala palabra y hoy se
reivindican como tales, algo impensado hace una década",
señala. Además, considera que “esta nueva derecha
libertaria es un fenómeno urbano que difícilmente pueda
volverse mayoritario por la huella demasiado fuerte que
dejaron las derechas en Argentina, la de la dictadura
militar y la del menemismo, aunque sí puede ser una
minoría ruidosa que condicione”.
En ese sendero está. Tras la derrota en la reelección de
Macri en 2019, Juntos por el Cambio comenzaban un
proceso de reordenamiento interno y cambio de liderazgo.
Pero la crispación social que provocó la gestión de la
pandemia y de la economía del gobierno de Fernández,
sumado a esta fase histórica de auge de las derechas
radicales y populistas, ha hecho que crezca cada vez más
un pulso interno en esa coalición con dos sectores
nítidos: Larreta, alcalde de Buenos Aires, y peronista
conservador en sus orígenes, lidera el intento centrista
y más conciliador. Fue delfín político de Macri pero
están distanciados hace años.
Las encuestas otorgan a Massa alrededor de un 26% de las
preferencias y su rival en las primarias, Juan Grabois
(del ala de izquierda peronista) un 5%
El otro sector, que ha ganado densidad en los últimos
meses (y a fuerza del cambio de marco que ha conseguido
hacer Milei) lo lidera Patricia Bullrich. El de esta
dirigente es un caso por demás peculiar: fue guerrillera
de Montoneros (la mayor organización subversiva
peronista) en su adolescencia, exiliada en Brasil,
coqueteó con el menemismo en los años 90 y después con
la socialdemocracia. Finalmente, se sumó al PRO (el
partido de Macri) y allí encontró un perfil propio,
económicamente liberal, muy confrontativo para con el
kirchnerismo y con un discurso que en las pampas se
llama de “mano dura”, de tolerancia cero a la corrupción
y a la delincuencia.
Bullrich tiene a favor que en términos de ética pública
nunca tuvo una denuncia y es considerada creíble. Y tuvo
una exitosa gestión como Ministra de Seguridad en
tiempos de Macri y hubo ostensibles mejoras en la lucha
contra el narcotráfico. Pero es una política con formas
antiguas, con muchas cicatrices y que provoca más
polarización que Larreta. Si bien iba ganando en las
encuestas, el alcalde ha acortado posiciones y los dos
están en un empate técnico en torno al 17% y quien gane
lo hará por un margen ajustado.
“Ella es una líder del siglo XX, con discurso de
barricada, pero no está preparada para una campaña del
siglo XXI. Los trabajos demoscópicos nos dicen que la
gente quiere que la gobierne un dirigente capacitado,
con paz y templanza, no con violencia. Si los estudios
dijeran que la gente quiere un payaso, Horacio estaría
pintado de tal”, comenta a El Salto con ironía y
pragmatismo uno de los coordinadores de la campaña del
alcalde.
El peronismo kirchnerista, en tanto, se ha fortalecido
con su giro al centro y manteniendo una endeble y poco
creíble unidad eligiendo a Massa como precandidato. Las
encuestas le otorgan alrededor de un 26% de las
preferencias y su rival en las primarias, Juan Grabois
(del ala de izquierda peronista) un 5%. Sumados ambos
quedarían en el segundo espacio más votado y no tan
lejos de Juntos por el Cambio y superando por mucho a
los anarcocapitalistas.
Massa fue la primera experiencia prototrumpista de
Argentina, en formas y contenido: un discurso pragmático
y oscilante entre el liberalismo y el proteccionismo,
con mucho populismo en materia penal y de combate a la
delincuencia y un argot con desparpajo y crítica a “la
grieta” (así se llama en Argentina a la profunda
polarizacion entre el kirchnerismo y el no-kirchnerismo).
En 2013 se peleó con la entonces presidenta y partió en
dos al peronismo, obteniendo en 2015 el tercer lugar en
las presidenciales.
Sin embargo, Massa y Cristina Kirchner volvieron a
aliarse en 2019 para vencer a Macri, apoyando ambos al
ahora presidente saliente Fernández. De aquel estilo
quedó poco. “Massa decidió ser un hombre del poder,
alguien que sea clave para el establishment y para el
sistema”, relataba a quien escribe un exalto cargo del
Ejecutivo y amigo personal del hoy ministro. Le atinó:
Massa pidió ser presidente del Congreso a cambio de
apoyar la unidad peronista y el año pasado cuando la
crisis financiera y política amenazaba con incendiar la
Casa Rosada, se propuso a sí mismo para liderar la
cartera de Economía con muchas más competencias, entre
ellas Finanzas, Hacienda y Comercio.
El peronismo va casi unido porque la unión total iría en
contra de su propia genética. El exgobernador Juan
Schiaretti cosecha el 3% de la intención de voto con una
propuesta de conservadora que apunta al votante
peronista medio del interior, y el exviceministro de
Economía de los Kirchner, Guillermo Moreno, también
lidera otra propuesta, de peronismo socialcristiano y
muy proteccionista, que recibirá, según las encuestas,
el 1,5% de los votos.
Las PASO, el sudoku previo a las generales
El sistema electoral argentino no podía ser otra cosa
que un síntoma coherente de su política: intensa,
dramática y compleja. En 2008, Néstor y Cristina
Kirchner propusieron (y fue aprobado con mucho consenso
por los opositores) un modelo electoral para evitar la
fragmentación y las escisiones que estaban perjudicando
al peronismo desde hacía varias elecciones. Se llamó
PASO por ser primarias, abiertas, simultáneas y
obligatorias. Es imposición legal ir a votar aunque en
los hechos nunca se castiga a quien no vota.
Las PASO, que van a cumplir una década y media de
funcionamiento, suelen representar un voto más emocional
y de desfogue del votante
Básicamente, lo que este domingo está en juego es
quiénes serán candidatos a las generales de octubre, en
las que se decidirá presidente y vice, un tercio del
Senado y la mitad de los diputados, además de casi todos
los alcaldes de país y buena parte de los gobernadores
de las provincias (estados federales).
El sistema lleva a que lo que se vive en Estados Unidos
con el correr de varios meses en diferentes fechas y
ritmos sea todo en un mismo día: todos los partidos
deben presentar sus candidatos y quien no supere el 1,5%
del total, no podrá acudir a las urnas en octubre. Las
primarias, de facto, abren los partidos a los ciudadanos
que no son afiliados ya que se puede votar a cualquiera,
por lo que la maquinaria interna de los candidatos
pierde relevancia.
Las primarias también incluyen las listas de diputados y
senadores y se reparten internamente según el sistema
D’Hont. Quien gana no se queda con toda la lista, y debe
ceder lugares a legisladores de su contendiente. Es el
truco para que luego el perdedor siga apoyando al
ganador y no peligre la gobernabilidad del Parlamento.
Las PASO, que van a cumplir una década y media de
funcionamiento, suelen representar un voto más emocional
y de desfogue del votante. Es por ello que a veces
algunos candidatos pierden votos de agosto con respecto
a octubre y muchos creen que eso le sucederá a Milei:
cuanto más cerca del poder se lo vea, algunos preferirán
ir a opciones más tradicionales.
Es por ello que Milei y Bullrich han profundizado su
enfrentamiento. El ultraliberal sabe que si ella es
quien gana la primaria, será una aspiradora de votantes,
algo que no ocurría con el centrista Larreta. Su anhelo
es llegar a la más que probable segunda vuelta
presidencial de noviembre, que se producirán si ningún
candidato supera el 45% o tiene una distancia de más de
10% con respecto al segundo, y nada parece indicar que
ello ocurra en octubre.
También el mundo geopolítico deberá mirar este proceso
con atención, con un bolsonarismo residual aún fuerte en
Brasil y con Trump arrasando en las encuestas de las
primarias republicanas. Más de 36 millones de argentinos
decidirán este domingo hasta dónde quieren llegar con el
experimento de la extrema derecha.
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